Vistas de página en total

domingo, 9 de noviembre de 2025

The Scarlet Letter / La letra escarlata (1995).

Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:

 ☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.


Wow! Este fue el segundo drama romántico que me encantó durante mi adolescencia y a inicios de mi vida como cinéfilo —el otro es The Remains of the Day (Lo que queda del día, 1993), que otro día reseñaré—. The Scarlet Letter (La letra escarlata, 1995) se siente como una versión ligera, casi pulp-romántica, de la historia original de Nathaniel Hawthorne. Claro, adaptar una novela tan profunda y crítica al formato cinematográfico es un desafío, y más cuando se trata de un relato de puritanismo, culpa y deseo. Pero esta película, dirigida por Roland Joffé (sí, el mismo genio detrás de The Killing Fields), me atrapó desde el momento en que Demi Moore, en plena convicción de su personaje, pronuncia ese “Yo puedo hablar con Dios” mientras las cuáqueras la miran con terror, como si acabara de invocar a Satán. En ese instante supe que sería sensacional. Y lo fue.


Demi Moore interpreta a Hester Prynne con una mezcla electrizante de rebeldía, ternura y belleza salvaje. Es imposible no enamorarse de ella. En su mirada hay una especie de desafío sensual al sistema, una fuerza interior que trasciende el corsé y la culpa. Cuando llega esa escena del baño —con un pajarito rojo observando, casi como cómplice— y la joven esclava la contempla en secreto a través de una rendija, mientras Hester se desnuda y se ve al espejo antes de sumergirse en la bañera… ¡cuánto simbolismo sutil! Una escena que destila lujuria contenida, feminidad y libertad, con una insinuación de deseo lésbico femenino apenas perceptible, pero tan dulce y humana que sorprende pensar que esto se filmó en 1995. Wow.


Y también esta él: Gary Oldman. Qué actor. Qué presencia. Qué mirada capaz de derretir al mismísimo puritanismo de Nueva Inglaterra. Su reverendo Arthur Dimmesdale es un hombre dividido entre la fe y la carne, entre la salvación y el infierno del deseo. Y sí, además de su inmenso talento actoral, también demuestra que tiene un físico más que digno de elogio. Aún recuerdo la sorpresa  al descubrir que, además de un rostro expresivo y una voz que podría redimir pecados, Oldman tenía muy buenas nalgas. Nunca lo imagine. Lo digo sin pudor ni ironía: el cine también es cuerpo, y aquí el cuerpo se vuelve poético.


La escena de sexo entre Demi y Gary es, de hecho, uno de los momentos más bellos y atrevidos del cine romántico de los noventa. Explícita pero no pornográfica, ardiente pero siempre dulce. Todo se siente tan romántico y a la vez tan inevitable, que uno termina convencido de que el amor —incluso en medio de la represión puritana— puede ser un acto sagrado. Y pensar que en Panamá, donde la vi a los 16 años, la clasificaron como PG-13, cuando en Estados Unidos era R. Tal vez fue un error de la censura panameña o quizá eran más liberales allá… pero bendita sea esa confusión, porque gracias a ella pude ver esta joya sin remordimientos.


Claro, The Scarlet Letter no es perfecta. Tiene sus excesos melodramáticos y un guion (de Douglas Day Stewart) que se toma más libertades con el texto original de Hawthorne que un amante con su amada en plena noche en un resort de playa. Pero qué importa. Roland Joffé logra que todo fluya con una mezcla de pasión y solemnidad que me encanta. Y aunque la crítica de la época la destrozó — y fue un fracaso de taquilla, recaudando apenas unos 10 millones de dólares en Estados Unidos frente a un presupuesto de casi 50 millones—, para mí es una película que vibra, que respira, que se atreve a sentir.


Robert Duvall completa el triángulo interpretativo como el vengativo Roger Chillingworth, un personaje que aporta ese toque de oscuridad moral tan necesario. Pero en el fondo, La letra escarlata es el duelo entre Moore y Oldman: dos actores en su plenitud, entregados a la pasión y a la tragedia, recordándonos que el amor, incluso cuando es pecado, puede ser una forma de redención.


Y sí, admito que el final feliz podría parecer una herejía dentro del contexto histórico: en la vida real, muy pocos —o ninguno— como Hester y Arthur lograban vencer al status quo cristiano-puritano imperante. Pero qué importa. El cine también está para darnos lo que la historia nos niega.


En resumen: The Scarlet Letter (1995) es una película que me marcó no solo por su erotismo romántico ni por la belleza e intesidad de Demi Moore y de de Gary Oldman, sino por lo que me hizo sentir. Y no hablo de lujuria, sino de amor. Amor por el cine, por la humanidad y por esos momentos donde la pasión y la fe se funden en una misma llama.










viernes, 31 de octubre de 2025

X-Ray / Hospital Massacre / Rayos X (1981).

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


Sorprendentemente terrorífica —y deliciosa en su baratísima estética de serie B—, X-Ray es una joya escondida del catálogo de The Cannon Group, esa legendaria fábrica de cine comercial ochentero donde todo era posible: ninjas, venganzas, erotismo, y claro, hospitales donde un psicópata con bata médica acecha con bisturí en mano.


La dirigió Boaz Davidson, el mismo que años antes había hecho la comedia adolescente The Last American Virgin (esa donde el drama hormonal se toma más en serio que Shakespeare). Pero aquí Davidson se pone quirúrgico, literal y figuradamente. Con guion coescrito junto al novelista Marc Behm, el resultado es un slasher de hospital: quirófanos desiertos, pasillos eternos, luces parpadeantes y un aire de pesadilla.


La trama es simple y maravillosa: Susan Jeremy (la bellísima Barbi Benton, exmodelo de Playboy y reina de la televisión setentera) llega a hacerse un chequeo médico rutinario y, sorpresa, el hospital resulta estar lleno de personal rarísimo y cadáveres. Todo mientras un asesino la vigila con obsesión quirúrgica y asesina.


Desde los primeros minutos —con todas esas escenas iniciales tan “falsa alarma” típicas del pulp horror— el filme deja claro su tono: humor negro involuntario, sustos efectistas, erotismo ligero y violencia estilizada. El rodaje se llevó a cabo en locación de hospital real (el Hollywood Presbyterian Medical Center en Los Ángeles), lo que añade un grado de autenticidad a la ambientación: pasillos largos, luces parpadeantes, niebla de “fumigación” que cubre el noveno piso… Esos detalles refuerzan la atmósfera onírica-pesadillezca. 


Davidson sabe jugar con el “susto que no es susto”: te tensa, te relaja, te vuelve a asustar.con un entorno inusitado para el slasher: un hospital con apariencia de estar casi desierto y quirófanos que generan claustrofobia.


Si bien se ha indicado que la película data de 1981, su estreno en EE.UU. fue despues, en abril de 1982 bajo el título Hospital Massacre. No hay datos fidedignos de taquilla — lo cual no es raro para producciones de este tipo y época — lo que sugiere que su rendimiento fue modesto, sin grandes giras internacionales ni impacto masivo, más bien se instaló en el circuito de cine de explotación y VHS posterior. Encontró su segunda vida en VHS y maratones de medianoche.


La película fue producida por los infames y prolíficos productores israelíes Menahem Golan y Yoram Globus bajo la bandera de Cannon / Golan-Globus, sello que en esos años experimentaba con todo tipo de géneros low-budget para captar público rápido.


En cuanto a calidad artística hablando con honestidad: la cinta tiene sus altibajos pero encaja perfectamente con lo que menciono al inicio. Los jump-scares o “falsa alarma” funcionan: el espectador cree que viene el asesinato, se tensa, y de pronto… nada, sólo una sombra moviéndose, un ebrio comiendo… y así sucesivamente. La ambientación hospitalaria aporta una sensación de aislamiento — estamos dentro de una institución supuestamente segura, y sin embargo todo allí está mal: ascensores que no funcionan, personal extraño, quirófanos cerrados, cadáveres que surgen de la nada — lo que le da al filme esa mezcla de pulp y terror que mencioné. Algunos críticos lo han analizado desde la óptica del “medical gaze” (la mirada médica) y cómo la protagonista es más objeto de observación que de acción, lo que en el fondo añade una capa más profunda a este entretenimiento gore/slasher


X-Ray no busca reinventar el terror; busca divertirse con él. Y lo logra. Tiene escenas gloriosamente absurdas (esa caja con la cabeza decapitada, por favor) y momentos de delirio que rozan lo surreal. La atmósfera hospitalaria —fría, mecánica, deshumanizada— amplifica el miedo básico a la vulnerabilidad: estar a merced de otros mientras te anestesian o te observan. Y NO tienes idea exacta de quien es el asesino... hasta el truculento, sensacionalista y sorprendente final.


Y sí, el guion se enreda, los secundarios existen solo para morir, y hay tomas al inicio que parecen recicladas de Bloody Birthday (1980). Pero eso es parte del encanto: este slasher puede ser para algunos puro placer culposo, para otros algo que sin culpa se disfruta (yo soy de estos ultimos) todo con ritmo, color, y un fetichismo por los pasillos hospitalarios digno de un videoclip de synth-pop.


En definitiva, X-Ray es un slasher con bisturí, bata y perfume a desinfectante ochentero. Un delirio pulp que no pretende asustar tanto como seducir con su atmósfera de hospital erótico-mortal.


Una pelicula que es cirugía de terror serie B bien lograda, con suficiente sangre y estilo para dejarte con sonrisa y escalofríos.


Perfecta para ver a medianoche con luces apagadas… Y casi excelente en general como pelicula de cine.


Ahora bien: ¿por qué digo “casi excelente”? Porque tiene momentos de brillantez como la escena de la caja-regalo con la cabeza decapitada (sí, lo leíste bien la primera vez que lo dije) o esa secuencia de la camilla quirúrgica al final, que remiten a un delirio muy setentero/ochentero de hospital del terror. Pero también arrastra sus defectos: la lógica narrativa se deja de lado en beneficio del espectáculo, y hay ralentizaciones innecesarias. Algunos personajes secundarios están ahí sólo para morir (lo cual es habitual en el subgénero) y la caracterización es mínima. Críticos contemporáneos lo califican como “junk food slasher de los 80s” pero “sangre suficiente para entretener”. 


En suma: para quien entre con la expectativa adecuada —nada de cine de terror sofisticado, sino una experiencia pulp, divertida, con sustos baratos y atmósfera febril— X-Ray funciona de maravilla. Logra que no bajemos la guardia hasta su tramo final, y aunque peque de los típicos errores de bajo presupuesto, se sostiene como una opción mucho mejor de lo que su estatus de serie B daría a entender.










jueves, 30 de octubre de 2025

Bates Motel (1987).

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆ — Buena — 8/10 — Digna de ver.


Bates Motel es un desvío televisivo extraño pero intrigante en la saga Psycho, aunque no es parte de ella, ambas se omiten, excepto a la de 1960 de la cual esta se puede tomar como secuela solo de esa.


Y es que cuando uno cree haber visto todo lo relacionado con la saga Psycho / Psicosis, incluida la nueva version de 1998, aparece una película para TV como Bates Motel (1987), ese tipo de spin-off perdido que parece existir fuera del tiempo, como un recuerdo confuso que no sabes si fue real o una broma de mal gusto de IMDb. Y sí, es real. Existe. Fue un telefilme producido por Universal para la cadena NBC, pensado como el episodio piloto de una serie que jamás vio la luz. Y aunque no tiene ni a Anthony Perkins ni a Hitchcock (obvio), ni sigue del todo la línea argumental de las películas anteriores, de alguna forma… funciona.


Estrenada en TV de manera ambigua entre Psycho III (1986) y Psycho IV: The Beginning (1990), esta entrega se presenta como una especie de secuela alternativa o universo paralelo de la original. En ella, Norman Bates ha muerto (fuera de pantalla, sin gloria ni sangre), y su viejo “amigo” de manicomio, Alex West (interpretado por Bud Cort, el recordado protagonista de Harold and Maude), hereda el infame motel y decide reabrirlo. La premisa suena a parodia, pero no lo es. Alex, traumatizado pero bien intencionado, quiere transformar el motel en un lugar de renovación emocional. El problema, claro, es que el lugar sigue habitado por presencias… y no todas del plano físico.


La película tiene ese encanto noventoso prematuro que sólo los telefilmes de finales de los 80 logran tener: iluminación plana, decorados de cartón piedra y una extraña mezcla de horror suave con drama humano y tintes sobrenaturales. Sí, sobrenaturales. Porque Bates Motel se aleja completamente del enfoque psicológico de las películas de Hitchcock y Perkins, y se lanza sin pudor hacia lo paranormal. Fantasmas, redención, traumas… casi parece un cruce entre La dimensión desconocida y Highway to Heaven / Camino al cielo, pero ambientado en ese motel icónico con su fachada art deco y sus pasillos cargados de historia fílmica.


Y, aunque pueda parecer sacrilegio decirlo, el resultado no esta nada mal. La dirección corre a cargo de Richard Rothstein, guionista de películas como Death Valley (1982) y creador de la serie clasica de los 80s The Hitchhiker. Su estilo es directo, sin grandes pretensiones, lo cual juega a favor del tono extraño de esta historia que nunca termina de decidirse entre el homenaje, el reinicio-secuela o el fan fiction.


Lo más curioso es que, a pesar de no tener a ninguno de los actores originales —ni siquiera un cameo— y de tratar de cerrar la historia de Norman con una línea de diálogo, Bates Motel se las arregla para no ser completamente ridícula. Tiene corazón. 


Esta película realmente, como dije, era el piloto de una serie de TV y tiene una premisa que, con mejor desarrollo y más apoyo de la cadena, podría haber dado pie a una serie interesante. Imagina una especie de Hotel Bates para almas rotas, una mezcla de horror suave, drama psicológico y casos semanales. Raro, sí, pero no tan descabellado. Y, siendo honestos, mucho más digno que otros intentos modernos de revivir clásicos sin alma. Excepto claro por la excelente Bates Motel la serie de 2013 que mas de 20 años despues sí consiguio llevar la historia de Psycho a la TV. Pero es que esta otra serie del 87, con este piloto que quedo solo como telefilme unitario, pretendia ser secuela, extensión, no reinvención de la historia original como es la de 2013.


Pero... ¿Es tan intensa como Psycho II o tan enfermiza como Psycho III? No. ¿Tiene la profundidad psicológica de Psycho IV? Tampoco. Pero tiene algo que la hace rescatable, sobre todo si la ves sabiendo lo que es: un telefilme olvidado, extraño, fallido y fascinante por ratos. No apto para puristas de Hitchcock, pero sí para los cinéfilos obsesivos como yo, los que encuentran estas rarezas por accidente, y luego no pueden dejarlas ir.





miércoles, 29 de octubre de 2025

The Super / El Conserje (2017).

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆ — Buena — 8/10 — Digna de ver.


Ok, este filme lo vi este mes, hace unos días en una plataforma de streaming, es un filme de cine independiente que se eleva un poco más que el promedio de serie B — de hecho raya un poco en lo que llaman elevated horror — pero no llega a tanto, aunque el giro final es muy sorprendente (y frustrante si esperabas que el bien ganara). Lo genial es que en el filme nada es lo que parece, y hasta los últimos minutos te das cuenta de eso cuando llega el giro…


Dirigida por Stephan Rick, escrita por John J. McLaughlin y con una duración de 90 minutos, fue un increíble fracaso aun para su bajo presupuesto que fue de unos US$2.3 millones y la taquilla mundial apenas rondó los US$19,000.


O sea: no es un blockbuster ni de lejos, ni pretendía serlo, pero esperaba ser algo que al menos dejara huella.


También fue de las últimas películas que el entrañable y difunto Val Kilmer hizo antes de ya no poder actuar por su enfermedad. La peli es estadounidense pero tiene un toque que parece británico; de hecho, como yo la vi sin saber nada de nada de ella, y cuando pasó por los cines hace 8 años ni me enteré, y la vi doblada al español, pues yo pensé que era británica hasta que vi que está ambientada en Nueva York, y después vi que efectivamente es una producción de EE.UU. 


Actoralmente: Kilmer interpreta al misterioso Walter, majestuosamente dentro de lo posible, y el protagonista el “super”, el conserje, es Patrick Flueger como Phil Lodge, con una mesurada y correcta actuación.


Kilmer se esfuerza, y por ratos se hace notar y roba cámara pero la estructura del guion lo deja medio a la deriva.


Una buena película pero más cerca de simplemente bueno que de muy bueno y definitivamente lejos de excelente.


Sí: cumple bastantes cosas — ambiente opresivo, buena premisa, ese “todo puede no ser lo que parece” que me atrapó — pero le faltan en mi opinión cohesión, profundidad real, y un pulido que la catapulte.


Por ejemplo: el tono británico pseudo-gótico me parece un intento interesante, pero la ambientación neoyorquina queda ahí, sin explotar del todo; la tensión sube, se acumula, pero llega un momento en que el ritmo tropieza.


Y ese giro final del que hablaba: wow, te lo plantan… pero también te lo meten con calzador, y se siente más un “a ver, sorprendámos al público” que un desenlace orgánico desarrollado totalmente ganado.


En lo técnico: la fotografía con relación de aspecto 2.39:1 le da ese aire de cine más “elevado”.  Sus efectos o ambientación de horror sobrenatural no reinventan la rueda, pero para un presupuesto modesto se defienden.


En lo de actores: como dije, Flueger mantiene bien el peso de protagonista, pero los secundarios, excepto Val que es casi co-protagonista, y el desarrollo de personajes no tienen tanta consistencia como uno esperaría para que el giro final cale con más fuerza.


En resumen: si estás buscando una película de horror independiente que no sea la misma cuestión pretensiosa de siempre, The Super merece un vistazo. Pero no la reserves como obra maestra ni esperes un final que te deje boquiabierto de admiración — más bien te dejará boquiabierto preguntando “¿Eh?”








sábado, 25 de octubre de 2025

Corpse / The Possession of Hannah Grace / Cadáver (2018.)


Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


Vaya sorpresa me llevé con Corpse o The Possession of Hannah Grace. No es una película perfecta, pero tiene ese tipo de terror que se mete bajo la piel y te hace mirar dos veces hacia la oscuridad del pasillo. Las escenas realmente terroríficas no son muchas, pero las que hay, funcionan. Funcionan porque están bien ejecutadas: el silencio de la morgue, los encuadres fríos, el sonido del metal rozando la carne... todo contribuye a una atmósfera opresiva que te mantiene en vilo. Y ese final, esa última línea de la protagonista, te deja con la duda satisfecha de que paso pero te da otra ¿Ahora que es lo que hará ella..?


La película está dirigida por Diederik Van Rooijen, quien logra algo curioso: un terror de estudio con alma de serie B, pero con empaque de producción moderna. Visualmente es limpia, casi quirúrgica en su precisión visual, lo cual encaja a la perfección con el ambiente del hospital forense. La fotografía azulada y la luz fluorescente son parte esencial del miedo, porque aquí no hay castillos ni cementerios, sino un lugar cotidiano convertido en pesadilla.


En el plano actoral, Shay Mitchell —sí, la de Pretty Little Liars— sorprende con una interpretación contenida, vulnerable y física. Su personaje, una ex policía lidiando con sus demonios personales, es casi un arquetipo, pero Mitchell logra que tenga peso emocional, algo que no todos los filmes de terror recientes consiguen. A su alrededor, el resto del elenco cumple con oficio, sin robar protagonismo ni distraer del eje central: ese cadáver que no está tan muerto como parece.


El guión, eso sí, se queda corto en ambición. Es lineal, sin demasiados giros, y se apoya más en la atmósfera y el ritmo que en la profundidad narrativa. Pero curiosamente, eso juega a su favor: es un terror directo, que no se disfraza de metafórico ni pretende reinventar el género. En tiempos de “elevated horror”, este filme recuerda que el miedo también puede ser inmediato, físico, entretenido.


Con un presupuesto modesto de alrededor de 7 millones de dólares, The Possession of Hannah Grace logró recaudar más de 43 millones en taquilla mundial, una cifra más que respetable y exitosa para un título de terror de invierno. Es decir, fue rentable, ágil, complaciente... pero, sorprendentemente, no desechable. Tiene ese toque pulcro de los thrillers de terror sobrenaturales producidos por grandes estudios, pero conserva la crudeza del terror de bajo presupuesto.


En resumen, es una pequeña joya dentro de su categoría: una película que no pretende ser más de lo que es, pero que logra exactamente lo que promete. Te asusta, te intriga y te deja pensando en ese último grito del cadáver. Y claro la ultima e inquietante linea de la protagonista que explica brevemente que es lo que pasó.

Creepy!




viernes, 17 de octubre de 2025

The Stepfather / El Padrastro (1987).

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.

Hay películas que te atrapan desde su primer fotograma, y The Stepfather / El Padrastro es una de esas joyas que, a pesar de no ser considerada una obra maestra por la crítica convencional, se impone como un thriller psicológico perturbador, rodeado de una atmósfera tan densa y escalofriante que te deja con la sensación de haber presenciado algo sumamente insano, pero imposible de apartar la vista. Si bien la película podría fácilmente encajar dentro del subgénero slasher de los 80, es mucho más que eso. Es un retrato del caos, del desajuste mental que se esconde tras la fachada de lo cotidiano, algo tan visceralmente horrendo que parece una distorsión del sueño americano.

La película se abre con una de las secuencias más sencillamente espantosas que he visto en una película de terror. Sin adornos ni grandes efectos, el director Joseph Ruben logra lo que pocos en este género: una introducción visceralmente efectiva que no necesita de sangre a raudales para darnos una idea del terror que se avecina. Todo empieza con una escena de un tipo (interpretado por Terry O'Quinn) que, tras masacrar a una familia, limpia y ordena la casa antes de salir por la puerta, sin prisa pero con una calma escalofriante, como si nada hubiera ocurrido. El asesino no es un monstruo sobrenatural ni un "villano" ambiguo; es alguien muy humano, y es precisamente esa banalidad lo que lo convierte en un ser aún más aterrador.

Desde el primer minuto sabemos quién es el culpable, lo que, lejos de restar tensión, agrega una capa extra de incomodidad: el verdadero terror no reside en descubrir al asesino, sino en comprender el horror que se esconde detrás de su fachada de "hombre perfecto". Este es el tipo de película slasher que no solo nos muestra sangre y vísceras, sino que nos invita a adentrarnos en una mente perturbada, a seguir de cerca los pensamientos de un hombre que parece tener una vida normal y hasta entrañable, pero que en realidad está desquiciado, un peligro latente en la vida cotidiana de cualquier familia suburbana. Solo ya cerca del final me parece la pelicula se tambalea entre lo superficial y efectista.

Terry O'Quinn, conocido por sus papeles posteriores en series como Lost, ofrece una actuación memorable que se ha ganado su lugar como uno de los villanos más perturbadores del cine de terror. Su interpretación del padrastro de familia perfecta que se transforma en un asesino despiadado es tan calmada y meticulosamente controlada que, incluso cuando la violencia se desata en pantalla, uno no puede dejar de sentir que esa calma es aún más inquietante que el propio acto de matar.

El guion, escrito por Donald E. Westlake, no se conforma con lo superficial. Si bien The Stepfather puede ser vista como una película serie B, no cabe duda de que está hecha con una visión clara, y se siente más elevada que la típica película de terror de bajo presupuesto de los 80. Es un híbrido entre un slasher y un thriller psicológico que explora el vacío emocional de una familia aparentemente perfecta, pero fracturada por un hombre que, al igual que cualquier otro "padre", pretende encajar en su rol, pero en el fondo no es más que una bomba de tiempo. Este es un slasher que no se limita a las muertes; se dedica a desmenuzar el daño psicológico de sus personajes, especialmente el de la hija de la familia, interpretada por Jill Schoelen, quien comienza a sospechar de las intenciones de su padrastro.

La película también juega con una estructura de tensión constante, donde las pequeñas interacciones familiares se convierten en situaciones peligrosas y llenas de suspenso, especialmente cuando el personaje de O'Quinn empieza a mostrar pequeñas grietas en su fachada de "padre perfecto". Esto se ve en cada conversación, en cada mirada, en cada escena donde el "padre" intenta mantener la calma mientras la máscara de su cordura comienza a caerse.

En cuanto a su recepción crítica, The Stepfather fue relativamente bien recibida en su estreno, especialmente por su enfoque más psicológico y menos gore que el resto de las películas de terror de la época. A pesar de estar enmarcada como una película serie B, muchos críticos destacaron la capacidad del filme para mezclar el thriller psicológico con los elementos clásicos del slasher, lo que lo convirtió en un título de culto en los años posteriores. A nivel de taquilla, el filme no fue un gran éxito en su estreno, pero con el tiempo ha ido ganando una base de seguidores leales que lo consideran uno de los mejores ejemplos de terror psicológico de los años 80.

Lo fascinante de The Stepfather es que, aunque nunca llegó a ser un éxito de taquilla como otros títulos de terror contemporáneos, con el paso de los años ha mantenido su relevancia gracias a su potente atmósfera y su enfoque psicológico, que sigue resonando con nuevas generaciones de espectadores. En la actualidad, The Stepfather está disponible en varias plataformas de streaming, como Shudder y Amazon Prime Video, lo que la hace accesible para aquellos que busquen una experiencia de terror más cerebral y perturbadora, alejada del exceso de efectos y sangre que caracteriza muchas películas del género.

Lo que más inquieta de The Stepfather es precisamente lo que la hace tan efectiva: un hombre normal, dentro de una familia normal, que esconde una monstruosidad tan profunda que la propia estructura familiar no puede soportarla. A medida que avanza la película, el espectador no solo es testigo de la violencia física, sino también de la psicosis que consume al personaje de O'Quinn. Al final, uno se queda con la sensación de que el verdadero terror no está en las muertes, sino en la idea de que cualquier ser humano puede llegar a perder el control, y peor aún, puede ser uno de los nuestros.







sábado, 11 de octubre de 2025

Phantasm (1979).

 

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


Hay películas que uno siente que debe ver no solo por obligación cinéfila, sino porque su mera existencia parece un secreto a voces entre fanáticos del cine B, del horror extraño, del culto puro. Phantasm es, sin duda, una de ellas. Llevaba años oyendo su nombre como una especie de leyenda urbana del cine: “Tenés que verla, es una locura”, “Tiene bolas voladoras asesinas”, “Es como Lovecraft mezclado con ciencia ficción psicodélica”, decían algunos. Yo la descubrí por un youtuber hace unos 10 años, pero fue recién hace unos meses que la encontré en esa misma plataforma (la maravillosa YouTube) medio oculta por ahí en un canal de peliculas antiguas. La vi. Y quedé encantado, confundido y perturbado a partes iguales. Aunque en un análisis final me pareció casi excelente, no excelente.


Estrenada en 1979, Phantasm es el producto de una de esas mentes que funcionan fuera del sistema: Don Coscarelli, quien escribió, dirigió, fotografió y editó esta joya lisérgica con apenas 300 mil dólares de presupuesto. Una ópera prima de locura independiente que, contra todo pronóstico, se convirtió en un filme de culto, generando una saga de cinco entregas y una legión de fans fieles que aún debaten su significado.


La historia —si es que se le puede llamar así— gira en torno a Mike, un niño huérfano que, tras la muerte de su hermano, empieza a sospechar que el siniestro director de la funeraria local (el icónico Tall Man, interpretado con elegancia monstruosa por Angus Scrimm) está haciendo cosas no-muy-humanas con los cuerpos. A partir de ahí, el relato se va torciendo hacia lo irreal: esferas flotantes que perforan cráneos, enanos encapuchados que parecen salidos de un delirio de Dune, portales dimensionales y un sentido constante de que la realidad no es confiable.


Y ahí está el punto fuerte de Phantasm: su atmósfera. Más que una historia con estructura, lo que Coscarelli construye es una pesadilla. Todo en la película parece existir bajo las reglas de un mal sueño: los cortes abruptos, la lógica flotante, las imágenes desconectadas pero intensas. No es terror “realista” ni siquiera gore al uso, es un terror sensorial, sucio, perturbador, cargado de simbolismo y desconcierto.


Visualmente, a pesar del muy bajo presupuesto, la película tiene momentos hipnóticos. La fotografía de Coscarelli tiene ese grano del cine setentero, pero con composiciones que parecen sacadas de una pesadilla gótica. Y la banda sonora, compuesta por Fred Myrow y Malcolm Seagrave, es otro de sus aciertos: minimalista, repetitiva, casi electrónica, como una versión maldita del score de Halloween.


En cuanto a las actuaciones, lo mejor es Angus Scrimm, que se roba cada escena como el “Tall Man”, figura delgada, vestida de negro, con un rostro cadavérico que parece haber salido de un cuento macabro. Su simple aparición en pantalla genera incomodidad. Mike (A. Michael Baldwin) es un protagonista curioso, más pasivo que heroico, pero eso le da cierto aire infantil que funciona dentro de este mundo onírico.


Ahora bien, el final… El famoso final. Ese giro en el que todo —quizás— fue un sueño, una alucinación, una especie de proceso de duelo interno de Mike… puede que decepcione a quienes buscan una conclusión clara o una mitología sólida. Pero, si se lo piensa desde el terreno del horror cósmico, tiene sentido. Como con Lovecraft, no se trata de explicar, sino de sugerir que hay algo mucho más grande y ajeno a nuestra comprensión: otras dimensiones, otros mundos, otras leyes físicas. No es casualidad que hasta el último tercio del filme uno no entienda que está viendo ciencia ficción y horror cosmico disfrazados de terror sobrenatural.


Ese tipo de horror —el de los seres multidimensionales, el de realidades rotas— es, en mi opinión, uno de los más escalofriantes. Porque no se le puede disparar, ni rezar, ni razonar. Hace que los asesinos en serie y fantasmas típicos del cine parezcan niños de kinder. Solo los demonios y algunos seguidores de Trump podrían igualar esa magnitud de horror, jajajaja.


Phantasm fue un éxito grandísimo en taquilla (recaudó más de 12 millones de dólares, una cifra enorme para su presupuesto de  300 mil dólares), pero su legado es aun mucho más grande que su éxito comercial. Es una obra que sigue viva porque no hay nada igual. Porque, más que contar una historia, invoca una emoción: la del miedo puro, primitivo, ancestral. Y eso, en el cine de horror, es oro puro.