Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:
☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.
Wow! Este fue el segundo drama romántico que me encantó durante mi adolescencia y a inicios de mi vida como cinéfilo —el otro es The Remains of the Day (Lo que queda del día, 1993), que otro día reseñaré—. The Scarlet Letter (La letra escarlata, 1995) se siente como una versión ligera, casi pulp-romántica, de la historia original de Nathaniel Hawthorne. Claro, adaptar una novela tan profunda y crítica al formato cinematográfico es un desafío, y más cuando se trata de un relato de puritanismo, culpa y deseo. Pero esta película, dirigida por Roland Joffé (sí, el mismo genio detrás de The Killing Fields), me atrapó desde el momento en que Demi Moore, en plena convicción de su personaje, pronuncia ese “Yo puedo hablar con Dios” mientras las cuáqueras la miran con terror, como si acabara de invocar a Satán. En ese instante supe que sería sensacional. Y lo fue.
Demi Moore interpreta a Hester Prynne con una mezcla electrizante de rebeldía, ternura y belleza salvaje. Es imposible no enamorarse de ella. En su mirada hay una especie de desafío sensual al sistema, una fuerza interior que trasciende el corsé y la culpa. Cuando llega esa escena del baño —con un pajarito rojo observando, casi como cómplice— y la joven esclava la contempla en secreto a través de una rendija, mientras Hester se desnuda y se ve al espejo antes de sumergirse en la bañera… ¡cuánto simbolismo sutil! Una escena que destila lujuria contenida, feminidad y libertad, con una insinuación de deseo lésbico femenino apenas perceptible, pero tan dulce y humana que sorprende pensar que esto se filmó en 1995. Wow.
Y también esta él: Gary Oldman. Qué actor. Qué presencia. Qué mirada capaz de derretir al mismísimo puritanismo de Nueva Inglaterra. Su reverendo Arthur Dimmesdale es un hombre dividido entre la fe y la carne, entre la salvación y el infierno del deseo. Y sí, además de su inmenso talento actoral, también demuestra que tiene un físico más que digno de elogio. Aún recuerdo la sorpresa al descubrir que, además de un rostro expresivo y una voz que podría redimir pecados, Oldman tenía muy buenas nalgas. Nunca lo imagine. Lo digo sin pudor ni ironía: el cine también es cuerpo, y aquí el cuerpo se vuelve poético.
La escena de sexo entre Demi y Gary es, de hecho, uno de los momentos más bellos y atrevidos del cine romántico de los noventa. Explícita pero no pornográfica, ardiente pero siempre dulce. Todo se siente tan romántico y a la vez tan inevitable, que uno termina convencido de que el amor —incluso en medio de la represión puritana— puede ser un acto sagrado. Y pensar que en Panamá, donde la vi a los 16 años, la clasificaron como PG-13, cuando en Estados Unidos era R. Tal vez fue un error de la censura panameña o quizá eran más liberales allá… pero bendita sea esa confusión, porque gracias a ella pude ver esta joya sin remordimientos.
Claro, The Scarlet Letter no es perfecta. Tiene sus excesos melodramáticos y un guion (de Douglas Day Stewart) que se toma más libertades con el texto original de Hawthorne que un amante con su amada en plena noche en un resort de playa. Pero qué importa. Roland Joffé logra que todo fluya con una mezcla de pasión y solemnidad que me encanta. Y aunque la crítica de la época la destrozó — y fue un fracaso de taquilla, recaudando apenas unos 10 millones de dólares en Estados Unidos frente a un presupuesto de casi 50 millones—, para mí es una película que vibra, que respira, que se atreve a sentir.
Robert Duvall completa el triángulo interpretativo como el vengativo Roger Chillingworth, un personaje que aporta ese toque de oscuridad moral tan necesario. Pero en el fondo, La letra escarlata es el duelo entre Moore y Oldman: dos actores en su plenitud, entregados a la pasión y a la tragedia, recordándonos que el amor, incluso cuando es pecado, puede ser una forma de redención.
Y sí, admito que el final feliz podría parecer una herejía dentro del contexto histórico: en la vida real, muy pocos —o ninguno— como Hester y Arthur lograban vencer al status quo cristiano-puritano imperante. Pero qué importa. El cine también está para darnos lo que la historia nos niega.
En resumen: The Scarlet Letter (1995) es una película que me marcó no solo por su erotismo romántico ni por la belleza e intesidad de Demi Moore y de de Gary Oldman, sino por lo que me hizo sentir. Y no hablo de lujuria, sino de amor. Amor por el cine, por la humanidad y por esos momentos donde la pasión y la fe se funden en una misma llama.



