Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico):
☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.
Muy buen filme, entretenido aún con pocas escenas épicas. Ambientado en la guerra de Vietnam, Flight of the Intruder mezcla acción militar, dilemas morales y ese aire de película noventera que se respira entre la pólvora, los aviones A-6 Intruder de la Marina de los EE.UU. y un elenco sólido encabezado por uno de mis favoritos: Brad Johnson. Y cuando digo “favorito”, no lo digo a la ligera. Johnson tenía ese tipo de presencia que no se aprende en la escuela de actuación: era puro magnetismo, pura esencia americana, con ese aire de vaquero que no necesitaba gritar para imponer respeto.
Brad Johnson, nacido en Tucson, Arizona, fue rodeo cowboy antes que actor, y eso se nota en cada plano donde aparece. Su carrera comenzó como Marlboro Man, y luego saltó al cine con Spielberg en Always (1989), donde ya mostraba ese temple de héroe clásico. En Flight of the Intruder interpreta al teniente Jake “Cool Hand” Grafton, un piloto frustrado por las restricciones militares. Su interpretación no sorprende por profundidad actoral —como ya es costumbre—, pero su carisma físico, su presencia en pantalla y su rol de héroe con códigos hacen que lo creas. No era un actor de matices psicológicos, pero sí de convicciones. Y eso, en una película de guerra, vale oro.
Brad murió en 2022, a los 62 años, por complicaciones de COVID-19. Cuando me enteré, me dolió más de lo que esperaba. Porque él no era solo un actor más en mi memoria cinéfila: era parte de esa generación que me enseñó que el cine también podía ser físico, directo, sin pretensiones. Un tipo que brilló en películas como Philadelphia Experiment II, The Birds II, y sobre todo en la saga cristiana de películas post apocalípticas Left Behind, donde interpretó a Rayford Steele, un piloto atrapado en el Apocalipsis. Sí, hasta en el fin del mundo Brad era piloto. Coherencia ante todo.
A su lado, Willem Dafoe como el bombardero compañero (Cole) añade fuerza moral. Dafoe, que venía de Platoon y la demasiado controversial The Last Temptation of Christ, tiene esa mirada de hombre que ha visto mucho. Su carrera es una montaña rusa de papeles extremos, desde el Cristo torturado de Scorsese hasta el Duende Verde en Spider-Man de los 2000s. Y en esta película, aunque no está en su zona más incómoda, sí aporta esa intensidad que lo caracteriza.
Danny Glover, por su parte, interpreta al comandante Frank Camparelli. Glover ya era leyenda por entonces, gracias a Lethal Weapon y The Color Purple (otra del fabuloso Spielberg). Actor comprometido con causas sociales, activista y voz política, Glover siempre ha sabido combinar autoridad con humanidad. Aquí, su papel es más funcional, pero su sola presencia le da peso a cada escena de mando.
Y luego está Rosanna Arquette, que aparece como Callie, el interés romántico de Johnson. Arquette, que venía de Desperately Seeking Susan con Madonna y luego en 1994 apareceria en la maravillosa Pulp Fiction, siempre ha tenido ese aire de mujer libre, intensa, medio bohemia. Pero en Flight of the Intruder su personaje queda a medias. ¿Se quedó simplemente como interés romántico? Porque no la vi reaparecer al final —lo cual deja ese sabor de “qué pudo ser”. Aun así, su presencia aporta una pausa emocional bienvenida, como si la película nos recordara que incluso en medio de la guerra, hay espacio para el deseo, el amor y para la conexión humana.
La película fue dirigida por John Milius, basada en la novela homónima de Stephen Coonts, escritor que ya venía del género de aviación militar con detalles bien documentados. El guion se comparte entre Coonts, Robert Dillon y David Shaber. Se filmó con cámaras Panavision, con formato de negativo en 35 mm, apoyada por un laboratorio de Technicolor en Hollywood, lo que le da ese look visual amplio (relación de aspecto de 2.39:1) y cinematográfico tipo widescreen. Duración de 115 minutos.
El sonido es Dolby SR, se usaron formatos de película reales para escenas de vuelo, aviones reales o colaboración militar para escenas aéreas. Todos esos elementos técnicos le dan peso a la acción, aunque no siempre lo compensan el guion.
En cuanto a lo comercial, Flight of the Intruder fue un fracaso al corto plazo. Tuvo un presupuesto estimado de $35 millones, pero recaudó en Estados Unidos y Canadá alrededor de $14.5 millones. Su taquilla inicial el primer fin de semana fue de unos $5.7 millones en casi 1,500 salas, lo que la ubicó como la cuarta película más vista en ese momento, pero no logró recuperarse completamente.
Las críticas fueron mixtas a negativas: señalando fallas de guion, continuidad y desarrollo de personajes, aunque muchos elogian la acción aérea y la estética visual. Mi querido y difunto Roger Ebert (amé y aún amo a ese crítico de cine estadounidense que sin saberlo fue uno de mis mentores en esto de las reseñas) lo describió como una película que tiene momentos muy buenos al inicio —la tensión en cubierta de portaviones, el dramatismo moral—, pero que se deshilacha hacia el final con clichés que le restan claridad.
Flight of the Intruder me pareció muy buena aunque no excelente. Tiene una premisa poco usada —la iniciativa de soldados rebeldes fuera de las reglas militares en una guerra importante— que impresiona al inicio, no solo por el guion también por las escenas épicas, pero luego la película tropieza al intentar abarcar muchas ideas: el drama, la traición, la culpa, la amistad y la crítica al mando militar. Muy ambiciosa, quizá demasiado.
Pero donde falla en profundidad de personajes, gana en tensión visual, en emoción aérea, en escenas de vuelo que cortan el aliento. Y ese final —sorpresivo y al mismo tiempo emotivo— me dejó satisfecho, con esa sensación de “vale la pena haberla visto”.
Y sí, Brad Johnson, dondequiera que estés, gracias por esos momentos de cine honesto, directo, sin adornos. Porque a veces, lo que uno necesita no es un actor que te rompa el alma, sino uno que te recuerde que aún hay héroes que no necesitan gritar para ser escuchados.


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