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viernes, 12 de diciembre de 2025

White Christmas / Blanca Navidad (1954).

Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:

 ☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.


White Christmas de 1954, es de esos filmes navideños antiguos que uno vio, en los 80s, en la niñez casi por accidente —en la tele, doblado al español y con la magia intacta— y es uno de los que desde entonces se me quedó grabado en la memoria emocional. Lo volví a ver ya de adulto, y confirmé lo que mi versión infantil ya sospechaba: es un filme excelente, una comedia romántica navideña musical que envuelve, reconforta y te deja sintiendo ese calorcito tipo chocolate caliente aunque afuera esté nevando… o aunque vivas en San Salvador, donde nunca cae ni un copo.


Estrenada en 1954, dirigida por el confiable y elegante Michael Curtiz (sí, el mismo de Casablanca, para que midas el calibre), esta película fue la primera producción filmada en VistaVision, un formato panorámico que en su época era la crema y nata del tecnicolor y más para lo navideño. Y vaya que lo aprovecha: luces brillantes, escenografías teatrales y ese glamour americano de los años 50 que hoy se siente casi de otra dimensión… pero de una deliciosa dimensión.


El dúo protagonista es sencillamente perfecto: Bing Crosby, con su voz aterciopelada que parece un abrazo musical del cielo. Danny Kaye, actor y bailarín con una vis cómica encantadora que eleva cada escena.


A ellos se suman las icónicas Rosemary Clooney (sí, tía del guapisimo y talentoso George Clooney) y la elegantísima Vera-Ellen, cuyo talento para el baile convierte al filme en una coreografía continua. La química entre los cuatro es como una taza de ponche navideño: dulce, cálida y peligrosamente adictiva.


La historia, aunque sencilla como las mejores tradiciones decembrinas, funciona con una fluidez encantadora: dos artistas de vodevil se unen a un par de hermanas igualmente talentosas para salvar la posada en quiebra de un general retirado. El resultado es una mezcla de romance, humor suave, números musicales brillantes y ese espíritu de camaradería que Hollywood de los 50 sabía fabricar como si fuera pan dulce recién horneado.


Por supuesto, no se puede hablar de White Christmas sin mencionar lo obvio: la canción. Escrita por Irving Berlin y convertida en uno de los temas más vendidos de la historia, ya era un fenómeno desde Holiday Inn (1942), pero este filme la inmortalizó aún más. Cada vez que suena, algo se te quiebra por dentro… en el buen sentido. Es nostalgia pura, pero de la que abraza, no de la que duele.


A nivel de taquilla, el filme fue todo un éxito para la época: uno de los mayores hits de 1954, recaudando al final de su recorrido por las salas 30 millones de dolares con un presupuesto de solo 2 millones de dolares, todo un blockbuster navideño para la época de los 1950s demostrando que no hace falta pirotecnia para conquistar corazones, solo buen cine, buenas voces, y ese encanto navideño que Hollywood de antaño dominaba como un arte sagrado.


Lo mejor de White Christmas es que, a pesar de ser una comedia romántica musical que roza lo cursi, nunca es empalagoso. Tiene humor ligero, romance chispeante e inteligente, y un final que —aunque lo veas venir desde el primer acto— siempre funciona. Es como ese regalo que ya sabes qué es, pero aún así te emociona abrirlo cada año.


En lo personal, cada revisión me deja la misma sensación: la de un abrazo cálido que me hace esbozar una sonrisa boba y la certeza de que ciertas películas existen para recordarnos que la belleza, aunque simple, puede ser profundamente poderosa.


Es un peliculón, un clásico que no envejece, un musical que es absolutamente encantador, y un pedazo de magia navideña que sigue brillando —como nieve a contraluz— más de setenta años después.




miércoles, 10 de diciembre de 2025

Miracle On 34th Street / Milagro en la Calle 34 (1994)

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


No sé cuántos crecimos igual, pero yo aún recuerdo —muy borroso pero muy presente— ver de niño en los 80s la versión clásica de Miracle on 34th Street, específicamente la escena del juicio; esa parte se me quedó tatuada en la memoria infantil como una mezcla de solemnidad y magia navideña judicializada. Luego, en los 90s, llegó esta versión de 1994 y, claro, ahí sí pude verla completa, varias veces, y después ya de adulto, otras tantas durante diciembre en la TV. La original no la he vuelto a ver (y no quiero criticarla hasta revisitarla), pero esta versión noventera merece su comentario porque, sorpresa: sigue funcionando, y funciona muy bien.


A primera vista parece un filme algo infantil, de esos que te esperás que sean pura azúcar navideña. Pero no: también es una película para adultos… para esos adultos que todavía conservan un pequeño foco de ilusión encendido, no para creer literalmente en Santa Claus, sino para creer que la vida —a ratos— puede ser buena, cálida y misteriosa. Y claro, Santa es un símbolo pop, un añadido moderno a una tradición cristiana que viene mezclando siglos de historia, paganismo y folklore. La Navidad es un collage hermoso y caótico, y este filme captura ese espíritu sin volverse sermón ni fábula empalagosa… bueno, solo un poquito empalagosa, pero de la manera rica.


La película, dirigida por Les Mayfield, es un remake cuidadoso del clásico de 1947 —sí, del 47, no de los 60 como solemos recordar vagamente— producido por John Hughes, gran responsable del cine familiar más emblemático de finales de los 80 e inicios de los 90 (Home Alone, Uncle Buck, Curly Sue). Y se nota su toque: esa mezcla de ternura, comedia ligera y un punto de ironía amable que evita que la película se derrita en azúcar.


El elenco, además, está perfecto en ese tono. Richard Attenborough (Sir Richard Attenborough, dicho con respeto navideño) interpreta a Kris Kringle con tal dulzura y autoridad que uno entiende por qué medio Nueva York está dispuesto a creerle. Mara Wilson, en plena época dorada post-Mrs. Doubtfire, es la niña escéptica que no quiere dejarse engañar por cuentos de hadas… hasta que la vida la sorprende. Y Elizabeth Perkins y Dylan McDermott aportan ese romanticismo noventero corporativo que tan bien encaja con el estilo Hughesiano.


Lo que más me gusta —y aquí coincido conmigo mismo, versión niño y versión adulto— es ese juego narrativo: ¿y si realmente es Santa? La película jamás te lo confirma de manera explícita. No hay magia en pantalla, no hay efectos, no hay renos voladores… pero sí hay indicios y misterios, lo que la hace más realista de lo que uno esperaría. Funciona como un thriller suave de fe y duda. ¿Es un hombre con delirios? ¿O es el verdadero Santa? El filme deja abierta esa puerta, y esa ambigüedad es lo que lo convierte en un clásico moderno.


En cuanto a la recepción, la película tuvo una modesta taquilla, recuperando apenas su presupuesto de 17 millones de dolares aprocimados, con unos 46 millones de dólares aproximadamente, lo cual en los 90 no la convirtió en el gran éxito navideño que Hughes esperaba. Pero con los años, en VHS, cable y ahora streaming, se consolidó como una favorita familiar. Hoy es más querida de lo que fue en su estreno, y esa es la magia del cine navideño: a veces no pega en la sala, pero sí en el sillón de la sala de tu casa.


La producción incluso reconstruyó parte del desfile de Macy’s porque la famosa tienda —por razones publicitarias internas— no quiso aparecer en la película. Así que la 20th Century Fox hizo su propio desfile falso… más navideño que el real, para serte sincero. Ese tipo de detalles terminan dándole ese encanto extra de “Navidad manufacturada con amor”.


En fin: Milagro en la Calle 34 (1994) es dulce, sí. Es idealista, sí. Es más edulcorada que la original, también sí. Pero es una película refrescante, tierna, intrigante y con ese toque de ilusión que necesitamos cuando el mundo se pone demasiado gris. Y la moraleja final —acerca del amor, la familia, la fe en algo mejor, y ese tipo de cosas que uno solo confiesa en diciembre— pega muy bonito.


Porque si, al igual que yo, tienes una familia, o una parte de ella, con quien puedas llevarte lo suficientemente bien como para ver esta película juntos… ya sabes que ese es tu mayor milagro.




martes, 9 de diciembre de 2025

Red One / Código: Traje Rojo (2024).

 

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


Tenía mis dudas, lo admito. Las películas navideñas de acción son como ese rompope barato del súper: a veces pega, a veces te arrepientes, pero igual te lo sirves porque es diciembre. Pero Red One / Código: Traje Rojo me cayó sorprendentemente bien. Es exactamente lo que promete: un gran juguete navideño lleno de luces, CGI y chistes, armado para vender, entretener y que el espectador pase aproximadamente dos horas despreocupado. Y eso, la verdad… lo hace muy bien.


Aquí Dwayne Johnson interpreta a Callum Drift, el tipo número uno del “North Pole Command”, una especie de CIA navideña que opera con espíritu festivo, pero músculos de gimnasio. Y Chris Evans, alejándose del Capitán América bien portado y con cuerpo musculoso perfecto, se convierte en Jack O’Malley, un cazador de tesoros de mala reputación y malhumorado, todo un cabrón pretencioso, que cae en una aventura absurda cuando secuestran a Santa Claus. Pero ojo: Santa no es el abuelito barrigón clásico; acá es un Santa atlético, en forma, este detalle me encantó. Original, gracioso y refrescante.


El filme está dirigido por Jake Kasdan, el mismo de Jumanji: Welcome to the Jungle, lo cual explica perfectamente el tono: acción ruidosa, comedia ligera, criaturas digitales por todos lados y un sentido del espectáculo que nunca se toma a sí mismo en serio. Se nota que Amazon MGM lo tenía clarísimo desde el guión: hacer la gran película navideña global para streaming, y si de paso se colaba en cines, mejor. El resultado es exactamente eso: un blockbuster navideño de manual.


Y sí, hablemos del CGI.


Si no eres amante de los efectos digitales en exceso—esos que parecen salidos de un videojuego navideño de PlayStation—esta película te puede marear. Hay escenas que son puro CGI, pero puro-puro: criaturas, persecuciones, fondos completos, incluso algunos sets que pareciera que jamás tocaron un clavo real. Personalmente me reí más que me enojé con eso, pero entiendo que para otros puede sentirse como si hubieran abusado de eso. En mi caso, mientras no se caiga la fantasía, yo sigo montado en el trineo.


En cuanto al desempeño en cines, pues… aquí viene el carbón en la media navideña: Red One no fue el éxito en cine esperado. Su lanzamiento limitado en salas no logró cubrir en la taquilla ni de cerca su generoso presupuesto aproximado de 250 millones de dólares estadounidenses (32 millones el primer fin de semana, aunque ya al finalizar las semanas de su proyección en cines llego más cerca al recaudar 186 millones, igual fracasó, aunque no tanto) Pero Amazon Prime Video venía preparado: su apuesta real era el streaming global, donde la película sí encontró un público masivo desde su estreno. O sea, la taquilla fue un reno cojeando, pero el streaming es el Rudolph luminoso que la está sacando adelante desde entonces.


Lo demás funciona:


– La química entre Johnson y Evans es simpática, casi caricaturesca, pero efectiva.


– Las secuencias de acción son correctas, nunca memorables, pero sí divertidas.


– Hay un par de chistes que te sacan carcajada real, y otros que huelen a “guion del comité”, pero nada que arruine el viaje.


– El espíritu navideño está ahí: no empalaga, pero se siente.


En fin es una comedia de acción navideña comercial, hecha para ser rentable y entretenida, con ideas frescas como el Santa fitness y el mundo navideño militarizado, pero también con el peso del CGI excesivo y un guion que sabe exactamente qué clase de película quiere ser: la que pones en diciembre mientras comes galletas y no querés pensar demasiado. A mí me entretuvo un montón principalmente por lo navideño y por ver a Chris Evans😏otra vez en acción.




lunes, 8 de diciembre de 2025

Silent Night / Venganza Silenciosa / Noche de Paz (2023)

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


Wow!! ¡cómo tenía ganas de ver Silent Night / Venganza Silenciosa! Una película de acción navideña que marca el regreso de John Woo al cine estadounidense después de décadas. La vi la semana pasada en Amazon Prime Video —mi único streaming pagado cada mes en mi presupuesto — y vaya que me dio más de lo esperado por esos cinco dólares que me cobra cada mes.


Lo que me fascinó del filme (y lo que lo vuelve de los que vale la pena hablar) es esta apuesta casi experimental: no hay un solo diálogo hablado entre los personajes principales, solo sonido ambiental, disparos, motores, explosiones, ruido y voces de radio en un par de escenas… Pero ningún diálogo clásico. No es cine mudo, es cine sin guion hablado. Una historia contada a golpes, disparos y miradas. Nunca había visto algo así y eso —para bien o para mal— le da una originalidad casi radical. 


La trama: un padre, Brian Godlock (interpretado por Joel Kinnaman), ve morir a su pequeño hijo en un día de Nochebuena, víctima de un tiroteo entre pandillas. Herido gravemente, queda sin voz. Un año después, convertido en una máquina de venganza, decide cazar a todos los responsables. Esa premisa de pérdida, dolor y justicia cruda, funciona como motor. 


Técnicamente, la película viene bien armada. Woo —ese maestro del “heroic bloodshed” que revoluciona balas y palomas, honor y violencia estilizada— vuelve a demostrar que su lenguaje visual es potente: cámaras que acarician la violencia, encuadres compuestos como cuadros de minimalistismo sangriento, ritmo vertiginoso en secuencias de acción. La fotografía de Sharone Meir y la edición de Zach Staenberg logran que cada estampida de plomo, cada persecución o cada explosión no sea solo ruido, sea experiencia visceral. La música de Marco Beltrami ayuda a crear atmósferas densas, tensas, casi musicales en su violencia. 


El reparto secundario —con nombres como Kid Cudi, Catalina Sandino Moreno, Harold Torres— aporta diversidad y tonalidades al relato. Cada personaje tiene su peso en la narrativa de violencia, redención o fatalidad. 


Ahora bien: no todo brilla para mí en este filme. Hay escenas —sobre todo las del tramo final, las que intentan mezclar romance, traición y confrontación navideña— que se sienten acartonadas, con villanos dibujados en demasía (sonrisas cínicas, miradas frías, bailes lindos de vals en medio del caos), tanto que te sacan del enfoque brutal y te hacen poner cara de “WTF?” 😁. Esa teatralidad melodramática —tan típica del exceso de Woo cuando quiere ser estilizado— a veces choca con la crudeza que el resto del filme maneja con naturalidad.


Yo desde que vi mi primer película de John Woo alla por los inicios de los 2000s, Misión: Imposible 2, me di cuenta que si bien tiene este director un estilo de direccion de acción  impresionante muchas de sus escenas me parecen como contenidas como si el mismo se frenara en escenas que comienzan muy contundentes pero que no se atreven a seguir asi y se vuelven algo un tanto trillado y hasta genérico, tal vez por miedo a volverlas extravagantes o caóticas, algo que para nada otros directores de Hong Kong hacen, como el fabuloso Tsui Hark y el genial Ringo Lam (R.I.P) con sus estilos de direccion frenética, atmosferica y estilizada.


Y otro defecto: lo navideño se siente de fondo, es casi un disfraz. La historia podría pasar cualquier noche, en cualquier ciudad, con cualquier familia. La Navidad se usa de adorno moral, no de contexto real. Así que ese sentimiento cálido, festivo, de “redención navideña”… casi ni se nota.


En cuanto a su rendimiento en taquilla, Silent Night definitivamente no fue un blockbuster. Producción estadounidense-mexicana pero 100% Hollywood, estrenada el 1 de diciembre de 2023, con una recaudación global cercana a US$ 11.1 millones y con un presupuesto de US$ 10 millones. Los números no sorprenden: una acción cruda, dirigida por un viejo maestro de cine de acción hongkongnes, sin diálogos, sin romance dulce —un experimento —.


La crítica estuvo dividida. Algunos lo celebraron como “uno de los filmes más cinematográficos del año”, aplaudiendo que Woo demuestre que en el cine de acción la imagen puede contar más que las palabras. Otros lo señalaron como una idea extraña: dicen que la falta de diálogo convierte en mecánica lo que debería ser emocional, y que la violencia, aunque estilizada, se siente vacía, sin redención ni inspiración real.


Silent Night no es para puristas, ni para quienes buscan consuelo navideño. Es para los que aman lo áspero, lo brutal, lo que no quiere ser bonito. Es un regalo navideño un tanto engañoso con balas, humo y mucho silencio verbal.





sábado, 22 de noviembre de 2025

Restricted Area / Área Restringida (2019).

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 
☆☆☆ — Buena — 8/10 — Digna de ver.


Hay algo curioso que me pasó hace unos días en Instagram: una página especializada en cine —de esas que se creen la Embajada Mundial de la Opinión Correcta™— publicó un par de posts donde, muy sofisticadamente pero igual de directo que un portazo, básicamente decían que, si no has trabajado en una película no tienes derecho a opinar sobre ella. Y que la crítica de cine “no sirve” porque suele basarse en gustos personales y no en objetividad.


Lo leí… y me quedé pensando.


Porque en mi caso —y en este blog— yo SIEMPRE he dicho que no soy crítico profesional, solo un fan armado con teclado y demasiadas horas de cine encima. Aun así, aquí tengo reseñadas películas que la crítica especializada ha despedazado como si fueran pecado capital… y para mí van desde “buenas” hasta “excelentes”. Incluso hay un par que considero perfectas y que el mundo califica de mediocres sin piedad.


Entonces esas publicaciones en Instagram me dejaron las dudas:
¿Se referían a “ignorantes felices” como yo, que amamos películas imperfectas?
¿O se referían a los críticos profesionales que desprecian cualquier filme popular solo porque no ganó Oscars?


Filosofé un rato, pero no comenté nada —para qué, si esas páginas nunca responden y uno queda haciendo el ridículo—. Pero traigo todo esto a colación porque, una vez más, voy a defender una película que estoy seguro la crítica especializada considera mala. Y lo entiendo: Restricted Area tiene carencias técnicas, diálogos que a veces parecen escritos durante una desvelada y un evidente afán de ser rentable más que artística.


Pero… me gustó. Bastante.


Estoy hablando de Restricted Area / Área Restringida (2019) una producción bastante modesta, hecha para video y streaming, dirigida por Christopher Don(un joven productor, director y escritor de cine de serie B). Y como buen artesano del cine B con saber que hacer entre monstruos de goma, explosiones baratas y thrillers económicos, Christopher Don entrega exactamente lo que promete: terror, thriller de horror y supervivencia sin pretensiones, con ese sabor casero que solo el low-budget bien intencionado puede lograr.


La película presenta a un grupo de hombres jóvenes que, despues de ser despedidos de la fabrica de su pueblo, entran en un área de cabañas abandonada donde opera una secta psicótica de asesinos ecologicos. ¿Original? No mucho. ¿Efectiva? Sí. Porque Don usa la escasez de presupuesto como excusa para encerrar a todos en un ambiente claustrofóbico que mezcla campos rurales de las afueras del pueblo, cabañas, gente amenazante de un culto con y sin mascaras y oscuridad… y allí, entre sombras e incertidumbre, empieza la cacería.


El reparto —Paige Lindsay BettsShawn C. Phillips, Andre BotelloRobert DonRandy Wayne— no es precisamente Hollywood, pero cumplen su función con entrega: gritos, correr, sufrir, morir, repetir. Lo típico del subgénero, sí, pero se sienten comprometidos, como si estuvieran felices de hacer cine aunque sea con dólares contados. Y eso… se agradece.


Técnicamente, la película tiene fallas: iluminación irregular, actuaciones que por ratos parecen ensayo, música que invade demasiado, efectos prácticos limitados. Pero aquí viene lo mejor: en medio de todo ese caos, hay una energía pulp fiction encantadora. Se nota el amor por el cine de videoclub, por esas cintas que antes alquilábamos sin saber nada y que terminaban siendo pequeñas sorpresas sangrientas.


La historia avanza rápido, sin rodeos, aunque con notable torpeza a veces, al mejor estilo de  (Ed Wood). No intenta parecer más profunda de lo que es. Y eso —para mí— ya la pone varios pasos adelante de producciones “serias” que se tropiezan intentando ser filosóficas.


Sobre taquilla… bueno, Restricted Area prácticamente por lo que averigue en internet parece que no tuvo estreno comercial en cines, como la mayoría de las producciones de este tipo; su recorrido fue y ha sido en VOD, streaming y venta digital. Pero las cifras no determinan el valor emocional de una película. A veces el cine barato entretiene más que el cine caro, y esta es una muestra.


Así que sí: tal vez soy “ese tipo de ignorante” del que hablaban en Instagram, el que goza una película que ellos descartarían en tres segundos, o que le desagradaria otra que ellos elevan a niveles muy artisticos. Pero ¿sabés qué? Prefiero seguir ignorante, feliz y maratoneando películas como esta.


Porque Restricted Area, con todos sus defectos, me entretuvo todo el tiempo. Me atrapó. Me dio lo que buscaba: sustos, tensión ligera, violencia artesanal y un final que, aunque impredecible pero simplón, funciona. Sin duda recomendada para amantes del terror serie B que no necesitan efectos de millones para pasarla bien.


Y te voy a decir algo que todavía no entiendo del todo: ¿por qué me gustó esta película mas de lo que pensé cuando supe de ella? Porque, siendo sinceros, Restricted Area es lo que es —una producción muy modesta, con fallas técnicas de novato que tampoco son la muerte— y aun así tiene una vibra rara, una fuerza peculiar en la dirección y esa premisa de secta eco-terrorista slasher que simplemente funciona más de lo que debería. Y aquí va mi otro misterio personal: el actor Randy Wayne, que en esta película aparece casi como secundario-extra, se roba cada escena donde aparece. Fue la única actuación que realmente me encantó, y gracias a este filme me volví fan suyo… sí, y de su participación en una película que nadie parece que defendía. Y actualmente Wayne es un actor con prestigio en películas independientes más serias aunque dentro de lo comercial siempre.


Pero lo más divertido: todavía no entiendo por qué Robert Don, el notablemente guapo y atlético hermano del director y ex militar y ex modelo, y que es uno de los protagonistas, NO aparece su nombre en los afiches recientes del filme en internet¡pero el nombre de Randy Wayne sí! ¡Como si Wayne fuera protagonista! Qué descaro tan delicioso y mercantilista, jajajaja. Tenía que ser una jugada digna de un director serie B de Estados Unidos. Astucia de videoclub clásico, y yo feliz cayendo redondo.


Y si a alguien no le parece válida mi opiniónni modoEste blog siempre ha sido para disfrutar o no del cine, no para pedir permiso para hacerlo.



Enlace a avance/trailer de Restricted Area (2019).









miércoles, 19 de noviembre de 2025

The Remains of the Day / Lo que queda del día (1993).

 Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:
 ☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.


Fue en televisión que vi esta película, The Remains of the Day / Lo que queda del día (1993), sin tener idea de qué trataba. Era allá por 1995, yo tenía 17 años y ya llevaba 1 año y pico con mi cinefilia, esa fiebre que empezó en 1994 en plena epoca de premios Oscars de ese año con Pulp Fiction (1994) (sí, como muchos de mi generación).  El asunto es que aquella tarde de sábado, por pura casualidad, no cambié de canal… y menos mal. Porque lo que vino después me dejó clavado frente a la pantalla. Fue tan genial, tan diferente, que todavía lo recuerdo como el primer drama que me pareció excelente. Antes de eso, solo el terror, el suspenso, la acción y la aventura lograban encantarme; las películas “de drama” me parecían lentas, tristes, casi un castigo. Pero después de Pulp Fiction comencé a abrirme a otros mundos, y The Remains of the Day me lo confirmó: el cine es mucho más que explosiones o sustos. El cine es emoción pura, aunque esté envuelta en silencio.


Dirigida por James Ivory, con guion de Ruth Prawer Jhabvala a partir de la novela de Kazuo Ishiguro, esta joya británica de 1993 fue una de esas obras que redefinen lo que entendemos por sutileza. Ivory, que ya nos había regalado A Room with a View y Howards End, crea aquí una obra contenida, elegante, emocionalmente demoledora. Y con un elenco que parece cincelado por los dioses del cine: Anthony Hopkins, Emma Thompson, James Fox y, para sorpresa mía en aquel momento, Christopher Reeve, el mismísimo Superman de los setenta y ochenta, en un papel lleno de humanidad y luz.


Recuerdo que al inicio me llamó la atención ver a dos protagonistas “maduros” o "viejos" —para mí, un muchacho de 17 años— viviendo una especie de flirteo contenido, lleno de miradas y silencios. Hopkins es el mayordomo Stevens, un hombre cuya vida entera gira en torno a la perfección del deber. Su rostro es una muralla emocional, un templo del autocontrol. Pero, claro, hasta las murallas se agrietan cuando aparece Emma Thompson como Miss Kenton, esa mujer sensible, firme y tierna, que con cada gesto parece decirle: “vive un poco, por Dios”. Desde sus primeras interacciones se siente una tensión preciosa, un amor que no se atreven a pronunciar ni por su nombre, pero que late debajo de cada taza de té y cada conversación de pasillo.


Y qué decir del tono. Esa melancolía inglesa que te abraza despacito, sin gritar, pero te deja temblando al final. Cuando llegué a los últimos minutos de la película, con esa sensación de “lo que pudo haber sido”, juro que casi lloré. Pero no como esos llantos hechos por sentimentalismos fáciles que buscan manipularte; no, aquí todo es digno, sereno, profundamente humano. Es como si Ivory y su equipo —con la fotografía impecable de Tony Pierce-Roberts y la música sutil de Richard Robbins— hubieran querido recordarnos que la emoción más fuerte es la que se contiene. Que los sentimientos más grandes se dicen, a veces, con un simple “buenas noches”.


Y sí, The Remains of the Day me dio una lección de vida: cómo uno puede dejar pasar increíbles oportunidades solo por complacer a otros, por mantener el “deber”, por miedo a romper las reglas invisibles de la corrección. Stevens es el retrato de ese sacrificio silencioso: un hombre que sirvió tan bien a los demás que se olvidó de servirse a sí mismo. Verlo al final, enfrentado a su propio vacío, es doloroso y hermoso a la vez.


Christopher Reeve, en su breve pero luminosa participación, aporta un soplo de optimismo, una especie de antídoto a la rigidez británica del resto del elenco. Es como si el Superman de mi infancia hubiera bajado al mundo de la contención para recordarnos que todavía hay esperanza, incluso entre tanto silencio.


Y los datos, claro, confirman su altura como filme: la película dura 134 minutos, fue clasificada PG en Estados Unidos (sí, ni una gota de escándalo, solo pura emoción), y con un presupuesto de unos 15 millones de dólares, recaudó más de 63 millones en todo el mundo. Un éxito modesto pero sólido para un drama sin trucos, solo con verdad. Hopkins y Thompson fueron nominados al Óscar —junto con la película, el director y el guion— y no ganaron, pero qué importa: el tiempo les dio la razón: es un peliculón ganador.


Recuerdo que, al terminarla, me quedé en silencio. No quería ni cambiar de canal. Sentía una especie de gratitud junto con una muy peculiar impresión, como si acabara de presenciar algo que me había transformado sin darme cuenta. Y sí, puede sonar exagerado, pero a los 17 años uno siente así: todo es descubrimiento y de alto impacto muchas veces. ese día descubrí que el cine puede ser quieto y, aun así, estremecedor. Que el amor puede existir sin beso, sin cama, sin declaración. Y que a veces el mayor dolor está en lo no dicho y en lo que dejas ir en detrimento tuyo.


Así que si nunca has visto The Remains of the Day, no esperes explosiones ni giros. Espera silencios. Espera miradas. Espera humanidad. Porque esta película no solo se ve, se siente. Y lo que deja atrás —lo que queda del día— es justo eso: una luz suave que sigue encendida, mucho tiempo después de que la pantalla se apaga.











domingo, 9 de noviembre de 2025

The Scarlet Letter / La letra escarlata (1995).

Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:
 ☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.


Wow! Este fue el segundo drama romántico que me encantó durante mi adolescencia y a inicios de mi vida como cinéfilo —el otro es The Remains of the Day (Lo que queda del día, 1993), que otro día reseñaré—. The Scarlet Letter (La letra escarlata, 1995) se siente como una versión ligera, casi pulp-romántica, de la historia original de Nathaniel Hawthorne. Claro, adaptar una novela tan profunda y crítica al formato cinematográfico es un desafío, y más cuando se trata de un relato de puritanismo, culpa y deseo. Pero esta película, dirigida por Roland Joffé (sí, el mismo genio detrás de The Killing Fields), me atrapó desde el momento en que Demi Moore, en plena convicción de su personaje, pronuncia ese “Yo puedo hablar con Dios” mientras las cuáqueras la miran con terror, como si acabara de invocar a Satán. En ese instante supe que sería sensacional. Y lo fue.


Demi Moore interpreta a Hester Prynne con una mezcla electrizante de rebeldía, ternura y belleza salvaje. Es imposible no enamorarse de ella. En su mirada hay una especie de desafío sensual al sistema, una fuerza interior que trasciende el corsé y la culpa. Cuando llega esa escena del baño —con un pajarito rojo observando, casi como cómplice— y la joven esclava la contempla en secreto a través de una rendija, mientras Hester se desnuda y se ve al espejo antes de sumergirse en la bañera… ¡cuánto simbolismo sutil! Una escena que destila lujuria contenida, feminidad y libertad, con una insinuación de deseo lésbico femenino apenas perceptible, pero tan dulce y humana que sorprende pensar que esto se filmó en 1995. Wow.


Y también esta él: Gary Oldman. Qué actor. Qué presencia. Qué mirada capaz de derretir al mismísimo puritanismo de Nueva Inglaterra. Su reverendo Arthur Dimmesdale es un hombre dividido entre la fe y la carne, entre la salvación y el infierno del deseo. Y sí, además de su inmenso talento actoral, también demuestra que tiene un físico más que digno de elogio. Aún recuerdo la sorpresa  al descubrir que, además de un rostro expresivo y una voz que podría redimir pecados, Oldman tenía muy buenas nalgas. Nunca lo imagine. Lo digo sin pudor ni ironía: el cine también es cuerpo, y aquí el cuerpo se vuelve poético.


La escena de sexo entre Demi y Gary es, de hecho, uno de los momentos más bellos y atrevidos del cine romántico de los noventa. Explícita pero no pornográfica, ardiente pero siempre dulce. Todo se siente tan romántico y a la vez tan inevitable, que uno termina convencido de que el amor —incluso en medio de la represión puritana— puede ser un acto sagrado. Y pensar que en Panamá, donde la vi a los 16 años, la clasificaron como PG-13, cuando en Estados Unidos era R. Tal vez fue un error de la censura panameña o quizá eran más liberales allá… pero bendita sea esa confusión, porque gracias a ella pude ver esta joya sin remordimientos.


Claro, The Scarlet Letter no es perfecta. Tiene sus excesos melodramáticos y un guion (de Douglas Day Stewart) que se toma más libertades con el texto original de Hawthorne que un amante con su amada en plena noche en un resort de playa. Pero qué importa. Roland Joffé logra que todo fluya con una mezcla de pasión y solemnidad que me encanta. Y aunque la crítica de la época la destrozó — y fue un fracaso de taquilla, recaudando apenas unos 10 millones de dólares en Estados Unidos frente a un presupuesto de casi 50 millones—, para mí es una película que vibra, que respira, que se atreve a sentir.


Robert Duvall completa el triángulo interpretativo como el vengativo Roger Chillingworth, un personaje que aporta ese toque de oscuridad moral tan necesario. Pero en el fondo, La letra escarlata es el duelo entre Moore y Oldman: dos actores en su plenitud, entregados a la pasión y a la tragedia, recordándonos que el amor, incluso cuando es pecado, puede ser una forma de redención.


Y sí, admito que el final feliz podría parecer una herejía dentro del contexto histórico: en la vida real, muy pocos —o ninguno— como Hester y Arthur lograban vencer al status quo cristiano-puritano imperante. Pero qué importa. El cine también está para darnos lo que la historia nos niega.


En resumen: The Scarlet Letter (1995) es una película que me marcó no solo por su erotismo romántico ni por la belleza e intesidad de Demi Moore y de de Gary Oldman, sino por lo que me hizo sentir. Y no hablo de lujuria, sino de amor. Amor por el cine, por la humanidad y por esos momentos donde la pasión y la fe se funden en una misma llama.