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sábado, 22 de noviembre de 2025

Restricted Area / Área Restringida (2019).

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 
☆☆☆ — Buena — 8/10 — Digna de ver.


Hay algo curioso que me pasó hace unos días en Instagram: una página especializada en cine —de esas que se creen la Embajada Mundial de la Opinión Correcta™— publicó un par de posts donde, muy sofisticadamente pero igual de directo que un portazo, básicamente decían que, si no has trabajado en una película no tienes derecho a opinar sobre ella. Y que la crítica de cine “no sirve” porque suele basarse en gustos personales y no en objetividad.


Lo leí… y me quedé pensando.


Porque en mi caso —y en este blog— yo SIEMPRE he dicho que no soy crítico profesional, solo un fan armado con teclado y demasiadas horas de cine encima. Aun así, aquí tengo reseñadas películas que la crítica especializada ha despedazado como si fueran pecado capital… y para mí van desde “buenas” hasta “excelentes”. Incluso hay un par que considero perfectas y que el mundo califica de mediocres sin piedad.


Entonces esas publicaciones en Instagram me dejaron las dudas:
¿Se referían a “ignorantes felices” como yo, que amamos películas imperfectas?
¿O se referían a los críticos profesionales que desprecian cualquier filme popular solo porque no ganó Oscars?


Filosofé un rato, pero no comenté nada —para qué, si esas páginas nunca responden y uno queda haciendo el ridículo—. Pero traigo todo esto a colación porque, una vez más, voy a defender una película que estoy seguro la crítica especializada considera mala. Y lo entiendo: Restricted Area tiene carencias técnicas, diálogos que a veces parecen escritos durante una desvelada y un evidente afán de ser rentable más que artística.


Pero… me gustó. Bastante.


Estoy hablando de Restricted Area / Área Restringida (2019) una producción bastante modesta, hecha para video y streaming, dirigida por Christopher Don(un joven productor, director y escritor de cine de serie B). Y como buen artesano del cine B con saber que hacer entre monstruos de goma, explosiones baratas y thrillers económicos, Christopher Don entrega exactamente lo que promete: terror, thriller de horror y supervivencia sin pretensiones, con ese sabor casero que solo el low-budget bien intencionado puede lograr.


La película presenta a un grupo de hombres jóvenes que, despues de ser despedidos de la fabrica de su pueblo, entran en un área de cabañas abandonada donde opera una secta psicótica de asesinos ecologicos. ¿Original? No mucho. ¿Efectiva? Sí. Porque Don usa la escasez de presupuesto como excusa para encerrar a todos en un ambiente claustrofóbico que mezcla campos rurales de las afueras del pueblo, cabañas, gente amenazante de un culto con y sin mascaras y oscuridad… y allí, entre sombras e incertidumbre, empieza la cacería.


El reparto —Paige Lindsay BettsShawn C. Phillips, Andre BotelloRobert DonRandy Wayne— no es precisamente Hollywood, pero cumplen su función con entrega: gritos, correr, sufrir, morir, repetir. Lo típico del subgénero, sí, pero se sienten comprometidos, como si estuvieran felices de hacer cine aunque sea con dólares contados. Y eso… se agradece.


Técnicamente, la película tiene fallas: iluminación irregular, actuaciones que por ratos parecen ensayo, música que invade demasiado, efectos prácticos limitados. Pero aquí viene lo mejor: en medio de todo ese caos, hay una energía pulp fiction encantadora. Se nota el amor por el cine de videoclub, por esas cintas que antes alquilábamos sin saber nada y que terminaban siendo pequeñas sorpresas sangrientas.


La historia avanza rápido, sin rodeos, aunque con notable torpeza a veces, al mejor estilo de  (Ed Wood). No intenta parecer más profunda de lo que es. Y eso —para mí— ya la pone varios pasos adelante de producciones “serias” que se tropiezan intentando ser filosóficas.


Sobre taquilla… bueno, Restricted Area prácticamente por lo que averigue en internet parece que no tuvo estreno comercial en cines, como la mayoría de las producciones de este tipo; su recorrido fue y ha sido en VOD, streaming y venta digital. Pero las cifras no determinan el valor emocional de una película. A veces el cine barato entretiene más que el cine caro, y esta es una muestra.


Así que sí: tal vez soy “ese tipo de ignorante” del que hablaban en Instagram, el que goza una película que ellos descartarían en tres segundos, o que le desagradaria otra que ellos elevan a niveles muy artisticos. Pero ¿sabés qué? Prefiero seguir ignorante, feliz y maratoneando películas como esta.


Porque Restricted Area, con todos sus defectos, me entretuvo todo el tiempo. Me atrapó. Me dio lo que buscaba: sustos, tensión ligera, violencia artesanal y un final que, aunque impredecible pero simplón, funciona. Sin duda recomendada para amantes del terror serie B que no necesitan efectos de millones para pasarla bien.


Y te voy a decir algo que todavía no entiendo del todo: ¿por qué me gustó esta película mas de lo que pensé cuando supe de ella? Porque, siendo sinceros, Restricted Area es lo que es —una producción muy modesta, con fallas técnicas de novato que tampoco son la muerte— y aun así tiene una vibra rara, una fuerza peculiar en la dirección y esa premisa de secta eco-terrorista slasher que simplemente funciona más de lo que debería. Y aquí va mi otro misterio personal: el actor Randy Wayne, que en esta película aparece casi como secundario-extra, se roba cada escena donde aparece. Fue la única actuación que realmente me encantó, y gracias a este filme me volví fan suyo… sí, y de su participación en una película que nadie parece que defendía. Y actualmente Wayne es un actor con prestigio en películas independientes más serias aunque dentro de lo comercial siempre.


Pero lo más divertido: todavía no entiendo por qué Robert Don, el notablemente guapo y atlético hermano del director y ex militar y ex modelo, y que es uno de los protagonistas, NO aparece su nombre en los afiches recientes del filme en internet¡pero el nombre de Randy Wayne sí! ¡Como si Wayne fuera protagonista! Qué descaro tan delicioso y mercantilista, jajajaja. Tenía que ser una jugada digna de un director serie B de Estados Unidos. Astucia de videoclub clásico, y yo feliz cayendo redondo.


Y si a alguien no le parece válida mi opiniónni modoEste blog siempre ha sido para disfrutar o no del cine, no para pedir permiso para hacerlo.



Enlace a avance/trailer de Restricted Area (2019).









miércoles, 19 de noviembre de 2025

The Remains of the Day / Lo que queda del día (1993).

 Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:
 ☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.


Fue en televisión que vi esta película, The Remains of the Day / Lo que queda del día (1993), sin tener idea de qué trataba. Era allá por 1995, yo tenía 17 años y ya llevaba 1 año y pico con mi cinefilia, esa fiebre que empezó en 1994 en plena epoca de premios Oscars de ese año con Pulp Fiction (1994) (sí, como muchos de mi generación).  El asunto es que aquella tarde de sábado, por pura casualidad, no cambié de canal… y menos mal. Porque lo que vino después me dejó clavado frente a la pantalla. Fue tan genial, tan diferente, que todavía lo recuerdo como el primer drama que me pareció excelente. Antes de eso, solo el terror, el suspenso, la acción y la aventura lograban encantarme; las películas “de drama” me parecían lentas, tristes, casi un castigo. Pero después de Pulp Fiction comencé a abrirme a otros mundos, y The Remains of the Day me lo confirmó: el cine es mucho más que explosiones o sustos. El cine es emoción pura, aunque esté envuelta en silencio.


Dirigida por James Ivory, con guion de Ruth Prawer Jhabvala a partir de la novela de Kazuo Ishiguro, esta joya británica de 1993 fue una de esas obras que redefinen lo que entendemos por sutileza. Ivory, que ya nos había regalado A Room with a View y Howards End, crea aquí una obra contenida, elegante, emocionalmente demoledora. Y con un elenco que parece cincelado por los dioses del cine: Anthony Hopkins, Emma Thompson, James Fox y, para sorpresa mía en aquel momento, Christopher Reeve, el mismísimo Superman de los setenta y ochenta, en un papel lleno de humanidad y luz.


Recuerdo que al inicio me llamó la atención ver a dos protagonistas “maduros” o "viejos" —para mí, un muchacho de 17 años— viviendo una especie de flirteo contenido, lleno de miradas y silencios. Hopkins es el mayordomo Stevens, un hombre cuya vida entera gira en torno a la perfección del deber. Su rostro es una muralla emocional, un templo del autocontrol. Pero, claro, hasta las murallas se agrietan cuando aparece Emma Thompson como Miss Kenton, esa mujer sensible, firme y tierna, que con cada gesto parece decirle: “vive un poco, por Dios”. Desde sus primeras interacciones se siente una tensión preciosa, un amor que no se atreven a pronunciar ni por su nombre, pero que late debajo de cada taza de té y cada conversación de pasillo.


Y qué decir del tono. Esa melancolía inglesa que te abraza despacito, sin gritar, pero te deja temblando al final. Cuando llegué a los últimos minutos de la película, con esa sensación de “lo que pudo haber sido”, juro que casi lloré. Pero no como esos llantos hechos por sentimentalismos fáciles que buscan manipularte; no, aquí todo es digno, sereno, profundamente humano. Es como si Ivory y su equipo —con la fotografía impecable de Tony Pierce-Roberts y la música sutil de Richard Robbins— hubieran querido recordarnos que la emoción más fuerte es la que se contiene. Que los sentimientos más grandes se dicen, a veces, con un simple “buenas noches”.


Y sí, The Remains of the Day me dio una lección de vida: cómo uno puede dejar pasar increíbles oportunidades solo por complacer a otros, por mantener el “deber”, por miedo a romper las reglas invisibles de la corrección. Stevens es el retrato de ese sacrificio silencioso: un hombre que sirvió tan bien a los demás que se olvidó de servirse a sí mismo. Verlo al final, enfrentado a su propio vacío, es doloroso y hermoso a la vez.


Christopher Reeve, en su breve pero luminosa participación, aporta un soplo de optimismo, una especie de antídoto a la rigidez británica del resto del elenco. Es como si el Superman de mi infancia hubiera bajado al mundo de la contención para recordarnos que todavía hay esperanza, incluso entre tanto silencio.


Y los datos, claro, confirman su altura como filme: la película dura 134 minutos, fue clasificada PG en Estados Unidos (sí, ni una gota de escándalo, solo pura emoción), y con un presupuesto de unos 15 millones de dólares, recaudó más de 63 millones en todo el mundo. Un éxito modesto pero sólido para un drama sin trucos, solo con verdad. Hopkins y Thompson fueron nominados al Óscar —junto con la película, el director y el guion— y no ganaron, pero qué importa: el tiempo les dio la razón: es un peliculón ganador.


Recuerdo que, al terminarla, me quedé en silencio. No quería ni cambiar de canal. Sentía una especie de gratitud junto con una muy peculiar impresión, como si acabara de presenciar algo que me había transformado sin darme cuenta. Y sí, puede sonar exagerado, pero a los 17 años uno siente así: todo es descubrimiento y de alto impacto muchas veces. ese día descubrí que el cine puede ser quieto y, aun así, estremecedor. Que el amor puede existir sin beso, sin cama, sin declaración. Y que a veces el mayor dolor está en lo no dicho y en lo que dejas ir en detrimento tuyo.


Así que si nunca has visto The Remains of the Day, no esperes explosiones ni giros. Espera silencios. Espera miradas. Espera humanidad. Porque esta película no solo se ve, se siente. Y lo que deja atrás —lo que queda del día— es justo eso: una luz suave que sigue encendida, mucho tiempo después de que la pantalla se apaga.











domingo, 9 de noviembre de 2025

The Scarlet Letter / La letra escarlata (1995).

Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:
 ☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.


Wow! Este fue el segundo drama romántico que me encantó durante mi adolescencia y a inicios de mi vida como cinéfilo —el otro es The Remains of the Day (Lo que queda del día, 1993), que otro día reseñaré—. The Scarlet Letter (La letra escarlata, 1995) se siente como una versión ligera, casi pulp-romántica, de la historia original de Nathaniel Hawthorne. Claro, adaptar una novela tan profunda y crítica al formato cinematográfico es un desafío, y más cuando se trata de un relato de puritanismo, culpa y deseo. Pero esta película, dirigida por Roland Joffé (sí, el mismo genio detrás de The Killing Fields), me atrapó desde el momento en que Demi Moore, en plena convicción de su personaje, pronuncia ese “Yo puedo hablar con Dios” mientras las cuáqueras la miran con terror, como si acabara de invocar a Satán. En ese instante supe que sería sensacional. Y lo fue.


Demi Moore interpreta a Hester Prynne con una mezcla electrizante de rebeldía, ternura y belleza salvaje. Es imposible no enamorarse de ella. En su mirada hay una especie de desafío sensual al sistema, una fuerza interior que trasciende el corsé y la culpa. Cuando llega esa escena del baño —con un pajarito rojo observando, casi como cómplice— y la joven esclava la contempla en secreto a través de una rendija, mientras Hester se desnuda y se ve al espejo antes de sumergirse en la bañera… ¡cuánto simbolismo sutil! Una escena que destila lujuria contenida, feminidad y libertad, con una insinuación de deseo lésbico femenino apenas perceptible, pero tan dulce y humana que sorprende pensar que esto se filmó en 1995. Wow.


Y también esta él: Gary Oldman. Qué actor. Qué presencia. Qué mirada capaz de derretir al mismísimo puritanismo de Nueva Inglaterra. Su reverendo Arthur Dimmesdale es un hombre dividido entre la fe y la carne, entre la salvación y el infierno del deseo. Y sí, además de su inmenso talento actoral, también demuestra que tiene un físico más que digno de elogio. Aún recuerdo la sorpresa  al descubrir que, además de un rostro expresivo y una voz que podría redimir pecados, Oldman tenía muy buenas nalgas. Nunca lo imagine. Lo digo sin pudor ni ironía: el cine también es cuerpo, y aquí el cuerpo se vuelve poético.


La escena de sexo entre Demi y Gary es, de hecho, uno de los momentos más bellos y atrevidos del cine romántico de los noventa. Explícita pero no pornográfica, ardiente pero siempre dulce. Todo se siente tan romántico y a la vez tan inevitable, que uno termina convencido de que el amor —incluso en medio de la represión puritana— puede ser un acto sagrado. Y pensar que en Panamá, donde la vi a los 16 años, la clasificaron como PG-13, cuando en Estados Unidos era R. Tal vez fue un error de la censura panameña o quizá eran más liberales allá… pero bendita sea esa confusión, porque gracias a ella pude ver esta joya sin remordimientos.


Claro, The Scarlet Letter no es perfecta. Tiene sus excesos melodramáticos y un guion (de Douglas Day Stewart) que se toma más libertades con el texto original de Hawthorne que un amante con su amada en plena noche en un resort de playa. Pero qué importa. Roland Joffé logra que todo fluya con una mezcla de pasión y solemnidad que me encanta. Y aunque la crítica de la época la destrozó — y fue un fracaso de taquilla, recaudando apenas unos 10 millones de dólares en Estados Unidos frente a un presupuesto de casi 50 millones—, para mí es una película que vibra, que respira, que se atreve a sentir.


Robert Duvall completa el triángulo interpretativo como el vengativo Roger Chillingworth, un personaje que aporta ese toque de oscuridad moral tan necesario. Pero en el fondo, La letra escarlata es el duelo entre Moore y Oldman: dos actores en su plenitud, entregados a la pasión y a la tragedia, recordándonos que el amor, incluso cuando es pecado, puede ser una forma de redención.


Y sí, admito que el final feliz podría parecer una herejía dentro del contexto histórico: en la vida real, muy pocos —o ninguno— como Hester y Arthur lograban vencer al status quo cristiano-puritano imperante. Pero qué importa. El cine también está para darnos lo que la historia nos niega.


En resumen: The Scarlet Letter (1995) es una película que me marcó no solo por su erotismo romántico ni por la belleza e intesidad de Demi Moore y de de Gary Oldman, sino por lo que me hizo sentir. Y no hablo de lujuria, sino de amor. Amor por el cine, por la humanidad y por esos momentos donde la pasión y la fe se funden en una misma llama.