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miércoles, 19 de noviembre de 2025

The Remains of the Day / Lo que queda del día (1993).

 Mi puntuación como fan del cine, no experto crítico:
 ☆☆☆☆ ----- Excelente -----10/10) ------ No te la pierdas.


Fue en televisión que vi esta película, The Remains of the Day / Lo que queda del día (1993), sin tener idea de qué trataba. Era allá por 1995, yo tenía 17 años y ya llevaba 1 año y pico con mi cinefilia, esa fiebre que empezó en 1994 en plena epoca de premios Oscars de ese año con Pulp Fiction (1994) (sí, como muchos de mi generación).  El asunto es que aquella tarde de sábado, por pura casualidad, no cambié de canal… y menos mal. Porque lo que vino después me dejó clavado frente a la pantalla. Fue tan genial, tan diferente, que todavía lo recuerdo como el primer drama que me pareció excelente. Antes de eso, solo el terror, el suspenso, la acción y la aventura lograban encantarme; las películas “de drama” me parecían lentas, tristes, casi un castigo. Pero después de Pulp Fiction comencé a abrirme a otros mundos, y The Remains of the Day me lo confirmó: el cine es mucho más que explosiones o sustos. El cine es emoción pura, aunque esté envuelta en silencio.


Dirigida por James Ivory, con guion de Ruth Prawer Jhabvala a partir de la novela de Kazuo Ishiguro, esta joya británica de 1993 fue una de esas obras que redefinen lo que entendemos por sutileza. Ivory, que ya nos había regalado A Room with a View y Howards End, crea aquí una obra contenida, elegante, emocionalmente demoledora. Y con un elenco que parece cincelado por los dioses del cine: Anthony Hopkins, Emma Thompson, James Fox y, para sorpresa mía en aquel momento, Christopher Reeve, el mismísimo Superman de los setenta y ochenta, en un papel lleno de humanidad y luz.


Recuerdo que al inicio me llamó la atención ver a dos protagonistas “maduros” o "viejos" —para mí, un muchacho de 17 años— viviendo una especie de flirteo contenido, lleno de miradas y silencios. Hopkins es el mayordomo Stevens, un hombre cuya vida entera gira en torno a la perfección del deber. Su rostro es una muralla emocional, un templo del autocontrol. Pero, claro, hasta las murallas se agrietan cuando aparece Emma Thompson como Miss Kenton, esa mujer sensible, firme y tierna, que con cada gesto parece decirle: “vive un poco, por Dios”. Desde sus primeras interacciones se siente una tensión preciosa, un amor que no se atreven a pronunciar ni por su nombre, pero que late debajo de cada taza de té y cada conversación de pasillo.


Y qué decir del tono. Esa melancolía inglesa que te abraza despacito, sin gritar, pero te deja temblando al final. Cuando llegué a los últimos minutos de la película, con esa sensación de “lo que pudo haber sido”, juro que casi lloré. Pero no como esos llantos hechos por sentimentalismos fáciles que buscan manipularte; no, aquí todo es digno, sereno, profundamente humano. Es como si Ivory y su equipo —con la fotografía impecable de Tony Pierce-Roberts y la música sutil de Richard Robbins— hubieran querido recordarnos que la emoción más fuerte es la que se contiene. Que los sentimientos más grandes se dicen, a veces, con un simple “buenas noches”.


Y sí, The Remains of the Day me dio una lección de vida: cómo uno puede dejar pasar increíbles oportunidades solo por complacer a otros, por mantener el “deber”, por miedo a romper las reglas invisibles de la corrección. Stevens es el retrato de ese sacrificio silencioso: un hombre que sirvió tan bien a los demás que se olvidó de servirse a sí mismo. Verlo al final, enfrentado a su propio vacío, es doloroso y hermoso a la vez.


Christopher Reeve, en su breve pero luminosa participación, aporta un soplo de optimismo, una especie de antídoto a la rigidez británica del resto del elenco. Es como si el Superman de mi infancia hubiera bajado al mundo de la contención para recordarnos que todavía hay esperanza, incluso entre tanto silencio.


Y los datos, claro, confirman su altura como filme: la película dura 134 minutos, fue clasificada PG en Estados Unidos (sí, ni una gota de escándalo, solo pura emoción), y con un presupuesto de unos 15 millones de dólares, recaudó más de 63 millones en todo el mundo. Un éxito modesto pero sólido para un drama sin trucos, solo con verdad. Hopkins y Thompson fueron nominados al Óscar —junto con la película, el director y el guion— y no ganaron, pero qué importa: el tiempo les dio la razón: es un peliculón ganador.


Recuerdo que, al terminarla, me quedé en silencio. No quería ni cambiar de canal. Sentía una especie de gratitud junto con una muy peculiar impresión, como si acabara de presenciar algo que me había transformado sin darme cuenta. Y sí, puede sonar exagerado, pero a los 17 años uno siente así: todo es descubrimiento y de alto impacto muchas veces. ese día descubrí que el cine puede ser quieto y, aun así, estremecedor. Que el amor puede existir sin beso, sin cama, sin declaración. Y que a veces el mayor dolor está en lo no dicho y en lo que dejas ir en detrimento tuyo.


Así que si nunca has visto The Remains of the Day, no esperes explosiones ni giros. Espera silencios. Espera miradas. Espera humanidad. Porque esta película no solo se ve, se siente. Y lo que deja atrás —lo que queda del día— es justo eso: una luz suave que sigue encendida, mucho tiempo después de que la pantalla se apaga.











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