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sábado, 11 de octubre de 2025

Phantasm (1979).

 

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


Hay películas que uno siente que debe ver no solo por obligación cinéfila, sino porque su mera existencia parece un secreto a voces entre fanáticos del cine B, del horror extraño, del culto puro. Phantasm es, sin duda, una de ellas. Llevaba años oyendo su nombre como una especie de leyenda urbana del cine: “Tenés que verla, es una locura”, “Tiene bolas voladoras asesinas”, “Es como Lovecraft mezclado con ciencia ficción psicodélica”, decían algunos. Yo la descubrí por un youtuber hace unos 10 años, pero fue recién hace unos meses que la encontré en esa misma plataforma (la maravillosa YouTube) medio oculta por ahí en un canal de peliculas antiguas. La vi. Y quedé encantado, confundido y perturbado a partes iguales. Aunque en un análisis final me pareció casi excelente, no excelente.


Estrenada en 1979, Phantasm es el producto de una de esas mentes que funcionan fuera del sistema: Don Coscarelli, quien escribió, dirigió, fotografió y editó esta joya lisérgica con apenas 300 mil dólares de presupuesto. Una ópera prima de locura independiente que, contra todo pronóstico, se convirtió en un filme de culto, generando una saga de cinco entregas y una legión de fans fieles que aún debaten su significado.


La historia —si es que se le puede llamar así— gira en torno a Mike, un niño huérfano que, tras la muerte de su hermano, empieza a sospechar que el siniestro director de la funeraria local (el icónico Tall Man, interpretado con elegancia monstruosa por Angus Scrimm) está haciendo cosas no-muy-humanas con los cuerpos. A partir de ahí, el relato se va torciendo hacia lo irreal: esferas flotantes que perforan cráneos, enanos encapuchados que parecen salidos de un delirio de Dune, portales dimensionales y un sentido constante de que la realidad no es confiable.


Y ahí está el punto fuerte de Phantasm: su atmósfera. Más que una historia con estructura, lo que Coscarelli construye es una pesadilla. Todo en la película parece existir bajo las reglas de un mal sueño: los cortes abruptos, la lógica flotante, las imágenes desconectadas pero intensas. No es terror “realista” ni siquiera gore al uso, es un terror sensorial, sucio, perturbador, cargado de simbolismo y desconcierto.


Visualmente, a pesar del muy bajo presupuesto, la película tiene momentos hipnóticos. La fotografía de Coscarelli tiene ese grano del cine setentero, pero con composiciones que parecen sacadas de una pesadilla gótica. Y la banda sonora, compuesta por Fred Myrow y Malcolm Seagrave, es otro de sus aciertos: minimalista, repetitiva, casi electrónica, como una versión maldita del score de Halloween.


En cuanto a las actuaciones, lo mejor es Angus Scrimm, que se roba cada escena como el “Tall Man”, figura delgada, vestida de negro, con un rostro cadavérico que parece haber salido de un cuento macabro. Su simple aparición en pantalla genera incomodidad. Mike (A. Michael Baldwin) es un protagonista curioso, más pasivo que heroico, pero eso le da cierto aire infantil que funciona dentro de este mundo onírico.


Ahora bien, el final… El famoso final. Ese giro en el que todo —quizás— fue un sueño, una alucinación, una especie de proceso de duelo interno de Mike… puede que decepcione a quienes buscan una conclusión clara o una mitología sólida. Pero, si se lo piensa desde el terreno del horror cósmico, tiene sentido. Como con Lovecraft, no se trata de explicar, sino de sugerir que hay algo mucho más grande y ajeno a nuestra comprensión: otras dimensiones, otros mundos, otras leyes físicas. No es casualidad que hasta el último tercio del filme uno no entienda que está viendo ciencia ficción y horror cosmico disfrazados de terror sobrenatural.


Ese tipo de horror —el de los seres multidimensionales, el de realidades rotas— es, en mi opinión, uno de los más escalofriantes. Porque no se le puede disparar, ni rezar, ni razonar. Hace que los asesinos en serie y fantasmas típicos del cine parezcan niños de kinder. Solo los demonios y algunos seguidores de Trump podrían igualar esa magnitud de horror, jajajaja.


Phantasm fue un éxito grandísimo en taquilla (recaudó más de 12 millones de dólares, una cifra enorme para su presupuesto de  300 mil dólares), pero su legado es aun mucho más grande que su éxito comercial. Es una obra que sigue viva porque no hay nada igual. Porque, más que contar una historia, invoca una emoción: la del miedo puro, primitivo, ancestral. Y eso, en el cine de horror, es oro puro.




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