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viernes, 31 de octubre de 2025

X-Ray / Hospital Massacre / Rayos X (1981).

Mi puntuación como fan del cine (no experto crítico): 

☆☆☆1/2 — Muy buena — 9/10 — Definitivamente digna de ver.


Sorprendentemente terrorífica —y deliciosa en su baratísima estética de serie B—, X-Ray es una joya escondida del catálogo de The Cannon Group, esa legendaria fábrica de cine comercial ochentero donde todo era posible: ninjas, venganzas, erotismo, y claro, hospitales donde un psicópata con bata médica acecha con bisturí en mano.


La dirigió Boaz Davidson, el mismo que años antes había hecho la comedia adolescente The Last American Virgin (esa donde el drama hormonal se toma más en serio que Shakespeare). Pero aquí Davidson se pone quirúrgico, literal y figuradamente. Con guion coescrito junto al novelista Marc Behm, el resultado es un slasher de hospital: quirófanos desiertos, pasillos eternos, luces parpadeantes y un aire de pesadilla.


La trama es simple y maravillosa: Susan Jeremy (la bellísima Barbi Benton, exmodelo de Playboy y reina de la televisión setentera) llega a hacerse un chequeo médico rutinario y, sorpresa, el hospital resulta estar lleno de personal rarísimo y cadáveres. Todo mientras un asesino la vigila con obsesión quirúrgica y asesina.


Desde los primeros minutos —con todas esas escenas iniciales tan “falsa alarma” típicas del pulp horror— el filme deja claro su tono: humor negro involuntario, sustos efectistas, erotismo ligero y violencia estilizada. El rodaje se llevó a cabo en locación de hospital real (el Hollywood Presbyterian Medical Center en Los Ángeles), lo que añade un grado de autenticidad a la ambientación: pasillos largos, luces parpadeantes, niebla de “fumigación” que cubre el noveno piso… Esos detalles refuerzan la atmósfera onírica-pesadillezca. 


Davidson sabe jugar con el “susto que no es susto”: te tensa, te relaja, te vuelve a asustar.con un entorno inusitado para el slasher: un hospital con apariencia de estar casi desierto y quirófanos que generan claustrofobia.


Si bien se ha indicado que la película data de 1981, su estreno en EE.UU. fue despues, en abril de 1982 bajo el título Hospital Massacre. No hay datos fidedignos de taquilla — lo cual no es raro para producciones de este tipo y época — lo que sugiere que su rendimiento fue modesto, sin grandes giras internacionales ni impacto masivo, más bien se instaló en el circuito de cine de explotación y VHS posterior. Encontró su segunda vida en VHS y maratones de medianoche.


La película fue producida por los infames y prolíficos productores israelíes Menahem Golan y Yoram Globus bajo la bandera de Cannon / Golan-Globus, sello que en esos años experimentaba con todo tipo de géneros low-budget para captar público rápido.


En cuanto a calidad artística hablando con honestidad: la cinta tiene sus altibajos pero encaja perfectamente con lo que menciono al inicio. Los jump-scares o “falsa alarma” funcionan: el espectador cree que viene el asesinato, se tensa, y de pronto… nada, sólo una sombra moviéndose, un ebrio comiendo… y así sucesivamente. La ambientación hospitalaria aporta una sensación de aislamiento — estamos dentro de una institución supuestamente segura, y sin embargo todo allí está mal: ascensores que no funcionan, personal extraño, quirófanos cerrados, cadáveres que surgen de la nada — lo que le da al filme esa mezcla de pulp y terror que mencioné. Algunos críticos lo han analizado desde la óptica del “medical gaze” (la mirada médica) y cómo la protagonista es más objeto de observación que de acción, lo que en el fondo añade una capa más profunda a este entretenimiento gore/slasher


X-Ray no busca reinventar el terror; busca divertirse con él. Y lo logra. Tiene escenas gloriosamente absurdas (esa caja con la cabeza decapitada, por favor) y momentos de delirio que rozan lo surreal. La atmósfera hospitalaria —fría, mecánica, deshumanizada— amplifica el miedo básico a la vulnerabilidad: estar a merced de otros mientras te anestesian o te observan. Y NO tienes idea exacta de quien es el asesino... hasta el truculento, sensacionalista y sorprendente final.


Y sí, el guion se enreda, los secundarios existen solo para morir, y hay tomas al inicio que parecen recicladas de Bloody Birthday (1980). Pero eso es parte del encanto: este slasher puede ser para algunos puro placer culposo, para otros algo que sin culpa se disfruta (yo soy de estos ultimos) todo con ritmo, color, y un fetichismo por los pasillos hospitalarios digno de un videoclip de synth-pop.


En definitiva, X-Ray es un slasher con bisturí, bata y perfume a desinfectante ochentero. Un delirio pulp que no pretende asustar tanto como seducir con su atmósfera de hospital erótico-mortal.


Una pelicula que es cirugía de terror serie B bien lograda, con suficiente sangre y estilo para dejarte con sonrisa y escalofríos.


Perfecta para ver a medianoche con luces apagadas… Y casi excelente en general como pelicula de cine.


Ahora bien: ¿por qué digo “casi excelente”? Porque tiene momentos de brillantez como la escena de la caja-regalo con la cabeza decapitada (sí, lo leíste bien la primera vez que lo dije) o esa secuencia de la camilla quirúrgica al final, que remiten a un delirio muy setentero/ochentero de hospital del terror. Pero también arrastra sus defectos: la lógica narrativa se deja de lado en beneficio del espectáculo, y hay ralentizaciones innecesarias. Algunos personajes secundarios están ahí sólo para morir (lo cual es habitual en el subgénero) y la caracterización es mínima. Críticos contemporáneos lo califican como “junk food slasher de los 80s” pero “sangre suficiente para entretener”. 


En suma: para quien entre con la expectativa adecuada —nada de cine de terror sofisticado, sino una experiencia pulp, divertida, con sustos baratos y atmósfera febril— X-Ray funciona de maravilla. Logra que no bajemos la guardia hasta su tramo final, y aunque peque de los típicos errores de bajo presupuesto, se sostiene como una opción mucho mejor de lo que su estatus de serie B daría a entender.










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